15/03/2017/Evan Romero-Castillo/dw.com
Cuando la oposición antichavista accedió a dialogar con el Ejecutivo de Nicolás Maduro, sus manifestaciones antigubernamentales perdieron poder de convocatoria y sus alocuciones en el Parlamento, el tono de ultimátum. Su causa desapareció de la agenda noticiosa y no volvió a despertar interés ni siquiera cuando las negociaciones fracasaron entre mutuas acusaciones de intransigencia. Venezuela da la impresión de haberse vuelto a quedar sola con su crisis; el tiempo parece haberse detenido para ella.
Pero las apariencias engañan: es mucho lo que ha pasado desde diciembre de 2016. El resultado de aquel diálogo fue la estabilización del tambaleante régimen de Maduro, sostiene Héctor Briceño, jefe del área sociopolítica del Centro de Estudios del Desarrollo (CENDES), de la Universidad Central de Venezuela. “Maduro anuló el referendo para evitar ver revocado su mandato y pospuso indefinidamente los comicios regionales en los que el gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) tiene mucho que perder”, cuenta.
“En resumen, Maduro postergó su enfrentamiento en las urnas con la oposición hasta 2018, cuando deben tener lugar elecciones presidenciales”, explica Briceño desde Caracas. “Ese es precisamente el problema. No se sabe en qué desembocará la crisis venezolana porque el oficialismo no hace más que esforzarse en conservar el poder y la oposición no propone otra cosa que el cambio de régimen. De ahí viene la sensación de parálisis que se experimenta en el país”, señala, por su parte, Stefan Peters, de la Universidad de Kassel.
La reinvención del antichavismo
“El antichavismo ha dejado claro qué es lo que adversa, pero no ha logrado desarrollar un discurso o un programa que deje entrever lo que haría si estuviera en el Gobierno”, agrega Peters, secundado no sólo por el especialista del CENDES, sino también por Daniel León, de la Universidad de Leipzig. “Los partidos opositores antichavistas se aliaron para fundar la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) con miras a triunfar en las urnas. Nada más. Ahora tienen que reinventar esa coalición y eso les tomará tiempo”, dice León.
En este caso, reinventarse significa aprender a diseñar políticas públicas y planes de organización social fuera de un marco electoral. “Concebir propuestas conjuntas que no aludan exclusivamente al sufragio es imperativo para la MUD, si es que quiere retomar la lucha por el poder con perspectivas de éxito”, añade Briceño. Cabe aclarar, sin embargo, que también el PSUV se está reestructurando internamente tras el fracaso del diálogo. “El Ejecutivo se radicalizó con miras a neutralizar a sus enemigos internos”, asegura el investigador del CENDES.
Briceño se refiere a los miembros del PSUV que, de cara a la crisis nacional, están dispuestos a sacrificar a Maduro para salvaguardar la popularidad del chavismo; a los chavistas que, aún leales a Maduro, consideran que el plebiscito revocatorio fue cancelado inconstitucionalmente; y a un sector de las Fuerzas Armadas que alberga ambiciones políticas. “Para amansarlos, Maduro nombró a Tarek El Aissami como vicepresidente y le ordenó al Consejo Nacional Electoral (CNE) renovar la inscripción de los partidos”, arguye Briceño.
Desencanto generalizado
Varias formaciones “chavistas no-maduristas” protestaron contra las «injustas” condiciones impuestas por el CNE y prefirieron quedar ilegalizadas. Ese es un lujo que los antichavistas no pueden darse; la última vez que acordaron retirarse de un proceso amañado se quedaron sin representación en el Parlamento. “Ahora los socios de la MUD están concentrados en cumplir los requisitos de la máxima autoridad electoral. No tienen tiempo ni energía para otra cosa”, asegura Briceño.
Estas son algunas de las razones por las que se oye hablar tan poco últimamente sobre el bloque opositor venezolano. A eso se suma la hegemonía comunicacional del PSUV –que restringe la resonancia de las denuncias de corrupción, desde el “caso Odebrecht” hasta la infiltración del Estado por fichas del narcotráfico–, y el hecho de que el frente antichavista ha perdido respaldo en las calles, no solamente por los desatinos de su dirigencia, sino también por las exigencias de la cotidianidad.
La población se ve obligada a pasar horas en largas colas para adquirir alguno o ninguno de los productos básicos que necesita para subsistir. Eso contribuye a generar un desencanto generalizado al que no son inmunes los activistas de la MUD, mucho menos los que están encarcelados. “Según la organización no gubernamental Foro Penal Venezolano, el número de detenciones arbitrarias y presos políticos en Venezuela ha aumentado desde que comenzó el diálogo”, comenta Briceño y subraya: «la gente está muy desesperanzada”.
El éxodo venezolano
Si las violaciones de derechos humanos, la creciente cantidad de presos políticos y la crisis humanitaria en Venezuela no han persuadido a sus vecinos de exigir la reinstauración del Estado de derecho en el país, ¿puede la masiva inmigración de venezolanos catalizar una respuesta regional? “Yo creo que ese fenómeno puede cambiar la actitud de la comunidad continental de cara a la crisis venezolana porque la inquietud es grande; esto podría inclinar la balanza a favor de la activación de la Carta Interamericana Democrática”, opina Briceño.
“Estamos hablando de venezolanos muy disímiles en términos socioeconómicos que están realmente desesperados y cuyo éxodo no sólo preocupa a Colombia y a Brasil, sino también a Trinidad y Tobago, a Aruba, a Chile, a Perú y a Panamá, que ha reaccionado con gestos xenofóbicos detestables. De hecho, en las conversaciones de los presidentes latinoamericanos con el nuevo mandatario de Estados Unidos, Donald Trump, la crisis humanitaria en Venezuela y su efecto sobre la migración en el continente ha sido un tema recurrente”, alerta el investigador del CENDES.
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