17/03/2017/derf / MF
Crean las primeras muñecas sexuales con inteligencia artificial Las desarrolló un científico catalán. Y una empresa de Sillicon Valley va en la misma línea. El mercado de las muñecas eróticas de tamaño y aspecto humanos tiene cierto recorrido en países como Estados Unidos y un notable éxito comercial en algunos países asiáticos como Japón. En Europa, esta industria es aún incipiente: hace apenas unas semanas abrió en Barcelona el primer «prostíbulo» de estas muñecas en el viejo continente, y terminó cerrando.
Sin embargo, el experto en nanotecnología catalán Sergi Santos lleva varios años trabajando en una idea con la que busca aplicar sus vastos conocimientos científicos a un producto que dé respuesta a una de las necesidades primarias de los seres humanos: el afecto. Este proyecto ya es un prototipo y se llama Samantha. Pesa unos 40 kilos, tiene los ojos verdes, una larga cabellera de color castaño y unas medidas de 90-55-90.
Samantha es suave al tacto y en el trato. Está hecha de TPE puro (elastómero termoplástico, un material relativamente nuevo en el mercado) e incorpora un microprocesador en la cabeza que funciona mediante un «algoritmo potentísimo» creado por Santos. Este sistema le permite interactuar con las personas en distintos modos: desde familiar –haciendo compañía en el sofá mientras se ve una película, por ejemplo– hasta sexual, lo que incluye la capacidad de la muñeca de «llegar al orgasmo», asegura este científico de 38 años, «siempre que su acompañante sea capaz de estimularla» convenientemente.
Cómo un experto en el manejo de instrumentos de ciencia avanzada como el microscopio de fuerza atómica acaba trabajando en un proyecto de esta índole es algo inusual y difícil de entender. Al menos para el entorno de Santos. La mayor parte de sus colegas de la comunidad científica con los que compartió sus planes no comprenden ni aceptan el paso que está a punto de dar. Pero él lo tiene claro. Está decidido a dejar un trabajo espléndidamente remunerado en uno de los Emiratos para emprender su empresa de venta de muñecas inteligentes de compañía por Internet.
«Estoy muy cansado de intentar explicar lo que hago y que nadie lo entienda o que me digan que no sirve para nada –dice–. Ahora mis colegas científicos replican que este proyecto no tiene ningún impacto científico, pero yo pienso todo lo contrario: Samantha es muy fácil de explicar y todo el mundo entiende a la primera para qué sirve. Al fin y al cabo, el objetivo de la tecnología es que se entienda para poder darle una aplicación concreta y así poder venderla».
Sergi lleva mucho tiempo estudiando la industria de las «sex dolls». Además de ser técnico en computación, tiene experiencia en el campo de la ciencia de materiales, lo que le permite aplicar a la ciencia las propiedades físicas macroscópicas de los componentes. Su casa, con la que también habla –se llama Alexa–, le sirve no sólo para experimentar en el campo de la domótica, sino también para conocer y trabajar con todos los tipos de muñecas sexuales del mercado. En la planta baja de la vivienda, que hace las veces de taller, hay modelos por todas partes: en el suelo, en colgadores en medio de varias estancias, metidas en sus cajas, suspendidas de percheros en cada uno de los armarios.
La mayoría se fabrican en China, donde Sergi tiene previsto viajar pronto para cerrar acuerdos con potenciales proveedores. En cambio, las muñecas de RealDoll, una de las empresas líderes a nivel mundial en este mercado, proceden de Silicon Valley. Esta compañía, creada por Matt McMullen, tiene previsto sacar al mercado a finales de año una muñeca sexual que integrará un sistema de inteligencia artificial con el objetivo que el cliente pueda «moldear su personalidad» y «crear una relación duradera en el tiempo» con ella. Es decir, el mismo proyecto en el que están trabajando Sergi y su equipo.
«RealDoll produce muñecas de alta gama hechas de silicona médica. Que este material sea mejor que el TPE, que cuesta mucho menos, no está del todo claro. Si compras en RealDoll, pagas hoy -entre 8.000 y 10.000 dólares- y la muñeca te llega directamente de Silicon Valley en varios meses. Mi objetivo es que los clientes ansiosos de ver a su muñeca lo puedan hacer lo antes posible, en pocas semanas, y que el precio se ajuste a todos los bolsillos para que mucha más gente pueda acceder a esta tecnología», comenta Sergi. «Además, Samantha trabaja offline. Esto significa que todo lo computa en su cabeza, lo que asegura la privacidad del cliente desde todos los puntos de vista».
Para llevar a cabo este plan trabaja «20 horas al día». Su proyecto con Samantha se desarrolló en Catalunya, donde se establecerá para llevar a cabo su empresa. Cuenta con un equipo que completan su mujer Maritsa, diseñadora; una joven física de origen asiático experta en biociencia; un especialista en electrónica, que le ayuda a localizar en Internet e integrar en su prototipo cualquier tipo de sensor o microcontrolador que mejore la capacidad de interacción de Samantha; y un abogado que se encarga de las tareas burocráticas.
El siguiente paso es obtener inversión en el proyecto para convertir este prototipo en un producto personalizado para cada cliente. El primero en invertir fue un compañero de trabajo: «Puso 50.000 euros en cuanto se lo conté». A los Emiratos, donde desarrollaba hasta ahora su labor de investigación en el campo de la nanotecnología, sólo volverá para empaquetar sus pertenencias: este tipo de proyecto probablemente no sería bien visto allí.
Pero a Sergi le da igual, porque cree que está haciendo ciencia y que eso ayudará a muchas personas de nuestra sociedad que sufren por la falta de afecto. «Mi objetivo no es sólo que copulen con Samantha, sino que se enamoren de ella», concluye.
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