25/03/2017/gizmodo / MF
Estar enterrado vivo es una de las peores situaciones que uno pueda imaginar. Una que seguramente está en el top 3 de las peores muertes. Ahora imagínate lo que debe ser estar enterrado en el fondo del océano respirando en una pequeña bolsa de aire. Esto le ocurrió al señor Harrison Okene. Durante 3 días.
La historia comenzó el 26 de mayo del año 2013. A las 4:30 de la mañana Harrison Okene, el cocinero del barco, se levanta para usar el baño. El hombre se encontraba en un remolcador de tanques de petróleo (el AHT Jascon-4) de la multinacional Chevron en el Atlántico, sobre el delta del Níger.
La embarcación tenía una tripulación de 12 personas y se dirigía a través de las turbulentas y agitadas aguas de la costa de Nigeria. Aunque este detalle sigue sin estar lo suficientemente claro, todo parece indicar que una ola tremenda rompió la cuerda de remolque y le dio la vuelta a la embarcación.
Como decíamos, Okene estaba en el baño cuando ocurre el incidente y el barco comenzó a hundirse. La mayoría de los miembros de la tripulación estaban encerrados en sus camarotes, una medida de seguridad necesaria contra los piratas que regularmente saquean y secuestran buques en esa zona. Sin embargo, aquel día la medida de seguridad selló la condena de los demás miembros de la tripulación. Murieron todos.
Pero no la de Okene. En la oscuridad de la noche el hombre fue arrojado desde el cuarto de baño dejándolo únicamente con sus calzoncillos. Como diría más tarde:
Estaba aturdido, todo estaba oscuro cuando fui arrojado desde un extremo del pequeño cubículo a otro.
El cocinero fue arrojado desde el baño. El agua fluyó y lo arrastró por las entrañas del barco hasta que se encontró en el baño de la cabina de un oficial. Pasaron minutos, quizás más, hasta que el barco se estableció en el fondo del océano. Entonces el agua dejó de elevarse.
Lo que ocurrió a partir de entonces da para una película de miedo asfixiante, casi tanto como la escena que vivió el hombre. Durante las 60 horas siguientes Okene escuchó los sonidos de las criaturas del océano que atravesaban la nave con el resto de la tripulación muerta.
Él en cambio había encontrado una pequeña burbuja, una bolsa de aire que iba a ser su cruz y salvación. Con ella pudo hacer frente a una habitación cada vez más fría y húmeda, a un suministro cada vez más falto de oxígeno casi desnudo, sin comida, sin agua y sin luz.
Esto, no hace falta decirlo, resulta aterrador. Pero lo increíble de esta historia es que Okene sobrevivió a su calvario subacuático el tiempo suficiente como para ser rescatado. ¿Cómo demonios pudo sobrevivir tanto tiempo en una burbuja?
La burbuja y la física en la vida de Okene
Lo primero que la mayoría pensó y muchos físicos se pusieron a estudiar es el tamaño que debía tener una burbuja para poder sostener a una persona con aire respirable. Entre otros, el físico Maxim Umansky, del Lawrence Livermore National Laboratory.
La bolsa de aire que encontró Okene fue, según su estimación, de sólo 1,2 metros de altura, y los seres humanos inhalan aproximadamente entre 7 mil y 8 mil litros de aire cada 24 horas. De esta forma, Umansky comenzó a realizar sus propios cálculos para cuantificar los factores responsables de la supervivencia de Okene, estimando que la bolsa de aire de Okene había sido comprimida por un factor de cuatro.
Según el físico, probablemente la bolsa de aire a presión contenía el suficiente oxígeno como para mantener a Okene vivo durante los casi tres días que estuvo ahí. Aún así, existe un peligro adicional: el dióxido de carbono (CO2), que es letal para los seres humanos en concentraciones muy pequeñas.
El miedo y la asfixia
Si eres fans de las películas de terror seguro que habrás notado cómo funciona la asfixia en las víctimas enterradas vivas. El dióxido de carbono representa aproximadamente el 0,03 por ciento del aire normal. Sin embargo, si alguien está atrapado en un espacio cerrado exhalando CO2 con cada respiración, la proporción de oxígeno disminuye constantemente mientras que el nivel de dióxido de carbono aumenta.
Es el CO2, no la falta de oxígeno, lo que en última instancia mata a una persona. Una vez que el aire alcanza alrededor del 5% de CO2, la víctima se confunde y entra en pánico, empieza a hiperventilar y eventualmente pierde el conocimiento. La muerte es lo que sigue. Pensemos que en un ataúd cerrado una persona puede producir niveles mortales de dióxido de carbono dentro de las dos horas más o menos.
Lo curioso es que Okene no se asfixió a pesar de estar atrapado en un espacio pequeño y sellado durante 60 horas. ¿Cómo fue esto posible?
En este caso se cree que el agua que encapsuló su burbuja de aire pudo haber jugado un pequeño papel en su supervivencia. El dióxido de carbono, más que el oxígeno o el nitrógeno, se disuelve fácilmente en agua, especialmente en agua fría. La velocidad a la que esto ocurre sigue la ley de Henry, una regla de física que establece que la solubilidad del gas en un líquido es proporcional a la presión del gas sobre el líquido.
Cuando Okene respiró, exhaló dióxido de carbono, y los niveles del gas se acumularon lentamente en su diminuta cámara de aire. Sin embargo, el dióxido de carbono también es absorbido por el agua, y al salpicar el agua dentro de su bolsa de aire Okene aumentó inadvertidamente la superficie del agua, aumentando así la absorción de CO2 y manteniendo los niveles del gas por debajo del nivel mortal del 5%.
El frío de Okene
El vídeo nos muestra el momento del rescate del cocinero. Es tremendo y nos recuerda otro peligro que tuvo que pasar: la hipotermia. Esta ocurre cuando la temperatura central de una persona cae a 35 grados o menos. La hipotermia puede resultar en una confusión, trastornos del movimiento, amnesia y en casos severos, comportamientos inusuales donde una persona lucha por encontrar un pequeño refugio cerrado, no muy diferente a un animal hibernando.
La muerte puede resultar de hipotermia extrema. Pero una vez más, la suerte estuvo del lado de Okene. Él fue capaz de colocarse sobre una pequeña plataforma con un colchón justo por encima del nivel del agua. Si su cuerpo hubiera estado expuesto al agua fría del océano, Okene habría muerto en cuestión de horas. Según Umansky:
Este hombre tuvo la suerte de sobrevivir principalmente porque una cantidad suficientemente grande de aire atrapado estaba en su bolsa de aire. No fue envenenado por el CO2 después de 60 horas que pasó allí porque se mantuvo a niveles seguros, y podemos especular que fue ayudado por el agua del océano sellando su recinto.
Es posible que esta odisea que pasó el hombre sea una de esas situaciones cercanas a lo que muchos llaman un milagro, una aventura que difícilmente se podrá repetir, ya que se tienen que sumar demasiados elementos a su favor. La física en este caso jugó un papel fascinante.
[staff_social]
Deja una respuesta