Saint Thomas, Saint John y Saint Croix son las tres islas que componen uno de los archipiélagos más paradisíacos del Caribe: el de las Islas Vírgenes Americanas, un territorio dependiente de Estados Unidos pero que conserva su propia esencia, la que se formó durante los más de 150 años que pertenecieron a la Corona de Dinamarca. De hecho, pocos saben que estas tierras, que no llegan a los 350 kilómetros cuadrados, fueron colonias danesas
Dedicadas a la cosecha de la caña de azúcar por esclavos, Estados Unidos presionó al Gobierno danés durante la Primera Guerra Mundial para que se las vendiera, ante el miedo de que el país escandinavo cayera en manos de Prusia y se convirtieran en base de una futura ocupación del territorio norteamericano. Dinamarca accedió y las Indias Occidentales Danesas desaparecieron, por 25 millones de dólares de la época, en 1917.
Este año, por tanto, celebran el primer centenario de la creación de las Islas Vírgenes Americanas, una fecha muy especial que quieren conmemorar con sus 20.000 habitantes y, también, con los turistas que elijan alguna de las tres islas del territorio para sus vacaciones. Y es que, para animar a los extranjeros a ir hasta allí, han decidido nada menos que regalar 300 dólares por persona, un dinero que se debe gastar en todo tipo de actividades de ocio y cultura durante la estancia (mínimo, tres noches).
Sin embargo, que el país regale dinero a los turistas no es la única razón por la que merece la pena conocer este rincón de las Antillas. Tenemos estas otras…
En la isla de St. Thomas se encuentra la Laguna del Manglar, una de las áreas protegidas de mayor riqueza del Caribe. Con arrecifes de coral bien conservados, que permiten incluso una fauna coralina diversa y rica, es de los más prósperos de la zona y se le considera una ‘centralita de nutrientes’, en tanto que transfieren alimento a todo el ecosistema marino gracias al gran número de manglares que hunden allí sus raíces. Se puede visitar y, de paso, hacer esnorquel en la zona, así como pasear por las pequeñas islitas de la laguna en kayak o incluso buceando.
Pocas experiencias hay más interesantes para los amantes del mar abierto que hacer excursiones bordeando las diferentes islas, así como yendo de una a otra por las aguas cristalinas. La mejor forma, alquilando un catamarán, que nos llevará casi volando. Un picnic en alguna de las calas solitarias será la guinda a un día de aventura, mar y pesca que seguro que pocos olvidarán. Si hay tiempo, incluso se puede alcanzar la costa de Puerto Rico o las Islas Vírgenes Británicas.
La presencia danesa en la isla es de lo más llamativa, ya que las Islas Vírgenes, como la mayoría de las Antillas, mantiene una mayoría de población de origen africano, que contrastan con los modos y formas escandinavos. Sin embargo, ahí está el cementerio danés, los fuertes militares que se mantienen en pie, las plantaciones de caña de azúcar que aun conservan parte de su estructura colonial, las casas de los terratenientes… Norwegian incluso ha fletado vuelos entre Copenhague y St. Croix, que ha permitido a muchos daneses descubrir una parte muy exótica de su historia contemporánea. Foto: Getty Images.
Una de las atracciones con más éxito en Islas Vírgenes es la tirolina Tree Limin’ Extreme, que se encuentra en la isla de Saint Thomas. Se trata de seis tirolinas paralelas que permiten una experiencia única en grupo y que se tiran de una montaña, a cuya cima se llega tras un paseo selvático en unos vehículos especiales del Ejército Suizo. El recorrido, en el que se alcanzan velocidades de 15 metros por segundo, se puede ver todo el archipiélago, y es posible tirarse en tándem (son dos horas y media de excursión y ocio, desde 120 €/persona).
Christiansted es la principal ciudad de la isla de Saint Croix, y una de las más bonitas de la zona, ya que cuenta con un fuerte danés del siglo XVIII de un llamativo color amarillo dorado, a un paso de otros edificios administrativos también coloniales. Disfrutar de las tiendas y restaurantes del puerto es una de las mejores actividades para los que gusten de planes relajados. Por cierto, muchos amantes de la filatelia no dejan pasar la oportunidad de comprar sellos o mandar postales desde allí por su rareza. Foto: Getty Images.
Además de los diferentes festivales tradicionales de danza y música que se suceden especialmente en la primavera, durante el verano son también variados los encuentros musicales que se dan en cada una de las islas. Desde música caribeña a sonidos más urbanos, pasando por los más alternativos y playeros, no hay estilo que no tenga su propia cala en una de las islas para disfrutar. Por supuesto, un lugar de paso obligado para los amantes de la música en directo es el Iggies, templo caribeño de la música.
Está declarada Monumento Nacional y no hay nada igual en el planeta. Esta pequeña isla deshabitada de apenas 2,4 km. De largo es el paraíso en La Tierra para los amantes de la naturaleza marina virgen. Dos tercios de la misma está rodeado de una barrera de coral y allí viven varios tipos de tiburón, peces de mil colores, anidan pelícanos pardos, hay mantas-raya… Las visitas de turistas siguen severos controles para preservar la zona de agentes contaminantes y basura. Foto: Getty Images.
Prácticamente todo el centro de la isla de Saint John está ocupado por un Parque Nacional, por lo que la vegetación está bien conservada y protegida. Dentro del mismo se puede llevar a cabo la Reef Trail, una ruta de senderismo que atraviesa el parque descendiendo 285 metros de desnivel en un camino por el que se atraviesan las ruinas de antiguas plantaciones de caña de azúcar, cuevas con petroglifos y que acaba frente al mar, en una bahía que también era utilizada para una factoría de procesado de la caña de azúcar. Es uno de los caminos más interesantes para conocer la isla.
Considerado uno de los padres del Impresionismo francés, este pintor del siglo XIX nació precisamente en la isla de Saint Thomas en 1830, cuando el territorio formaba parte de Dinamarca. Resulta curioso que, siendo caribeño de nacimiento, fueran sus escenas urbanas de Montmartre las que han pasado a caracterizar su trabajo, y que fue el que expuso a sus discípulos (Cézanne, Gauguin, Lamotte…). Su casa natal en Charlotte Amalie es hoy un museo en el que se recuerda su figura y su importancia en el mundo del arte. Imagen: Dos mujeres hablando junto al mar, de Camille Pissarro (Saint Thomas, 1856) National Gallery of Art.
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