24/09/2017/
Una de las consecuencias más notables de la crisis de Venezuela es la emigración, que supone todo un cambio cultural para un país que durante décadas acogió a los inmigrantes que buscaban la prosperidad de un petroestado.
Primero fueron los mejor preparados los que salieron, jóvenes profesionales que no vieron futuro en el país. Pero ahora, la escasez de productos básicos y la inflación ha empujado también a salir a clases más bajas.
Aunque no hay cifras oficiales exactas, se estima que la diáspora venezolana está entre uno y dos millones de personas. Venezuela tiene unos 30 millones de habitantes. Y según Naciones Unidas, 80.000 venezolanos han pedido asilo en otros países desde 2014.
Ya sea por el Aeropuerto Internacional de Maiquetía en Caracas o por las fronteras terrestres con Colombia y Brasil, lo venezolanos salen de su país. Otros muchos lo están pensando y algunos más lo harían, pero no tienen los recursos.
Muchos, sin embargo, deciden quedarse. Entre ellos, extranjeros que, pese a los problemas y a que podrían regresar sin problemas legares a sus lugares de origen, permanecen en el país que los acogió.
Los motivos son varios. Para unos, al final, Venezuela se convirtió en su hogar. Otros apuestan a la recuperación del país y a estar ya posicionado cuando eso pase. Y otros, con ingresos en dólares, sopesan ventajas y desventajas y concluyen que Venezuela, pese a sus problemas, sigue siendo para ellos un «paraíso».
Estas son tres historias de extranjeros que pensaron salir de Venezuela, pero que decidieron permanecer.
«Sigo apostando a Venezuela»
Ariel Reyes es uruguayo y tras un paso por Paraguay llegó a una Venezuela próspera hace 20 años. Se ha ganado la vida como ha podido. Desde 2012 regenta junto a su socio, compatriota y amigo Fabián un pequeño restaurante, «El Farolito», donde se comen empanadas y se almuerza.
Poco a poco el negocio ha ido creciendo, sin dejar la modestia. Desde hace pocos días cuenta con un asador para ofrecer cortes de carne uruguayos.
«Cuando uno sale (de su país) siempre sueña con volver, pero uno echa raíces y se complica», dice Reyes, de 54 años y cuya mujer e hija son venezolanas.
«Pero si esto sigue así…», dice sin cerrar la frase. El negocio se ve afectado por la carencia y las dificultades para encontrar los productos y por la inflación.
Le gustaría también ofrecer un asado por la noche, pero es imposible por cuestiones de seguridad. Se centra por eso en desayunos y almuerzos. A las 16:00 horas cierra.
Antes era capaz de irse un mes completo al año de vacaciones a Uruguay. Desde hace 5 años ya no lo puede hacer. Se acabó su capacidad de ahorro.
Pese a que el negocio se ve afectado por la crisis y por el conflicto político, las manifestaciones y el cierre de calles en su puerta, asegura que puede seguir viviendo.
¿Volver? No podría gastarse los miles de dólares que cuesta un billete para él y su familia con destino Montevideo, que además es una de las ciudades más caras de América Latina. Sobre todo si se compara con Caracas.
«Sigo apostando a Venezuela y espero que todo esto se corrija», afirma pensando en que si el país mejora, él ya estará bien posicionado para el futuro, cuando espera sacar partido de las dificultades actuales.
De momento contiene la presión de su esposa e hija, ansiosas por dejar Venezuela. «Ellas se quieren ir, pero eso es porque no han emigrado», dice, consciente de las dificultades de abandonar su país, donde ya también se siente extranjero.
«Prefiero pelear»
Joao Dacosta es aún a sus 66 años un aventurero. Portugués, de la pequeña isla de Madeira, sintió curiosidad por Venezuela, adonde llegó en el año 1975. Antes estuvo en Angola con el Ejército portugués y luego en Rhodesia, actual Zimbabwe.
«Yo soy un guerrero. Prefiero pelear», dice, divertido, cuando le pregunto por qué se queda en Venezuela, donde formó una familia y donde regenta una abasto con frutas y verduras junto a su socio italiano y que, como él, lleva muchos años en el país.
«Puedo volver a Portugal, pero no quiero. Sólo de vacaciones, para quedarme no», afirma seguro, aunque admite que en Venezuela «todo es un problema». «Pero después de tantos años acá…», apunta lo difícil que sería regresar.
Dacosta distribuye fruta importada. «Todo empezó a deteriorarse hace 5-6 años», dice. Ha pasado de distribuir entre 1.200 y 1.500 cajas al día en los buenos tiempos a unas 40 ahora.
Más nostalgia. Recuerda cómo antes cambiaba de auto cada tres años. «Ahora ya tiene siete y tengo carro para rato».
Tiene esposa y dos hijas. Una de ellas es ingeniera de computación. Hace 12 años vio junto a su marido lo que venía, dejó Venezuela y se instaló en España, en Bilbao. Ahora tiene un hijo de 11 años, nieto del comerciante portugués.
Recientemente fue a visitarlos. A consecuencia del largo viaje, Dacosta tuvo un problema con una variz en su pierna. «Me atendieron muy bien», elogia a la sanidad pública española.
«¿Y si le hubiera pasado aquí?», le pregunto. «Igual tendría ahora la pierna cortada», ríe con una mezcla de exageración y de temor por el estado de la sanidad en Venezuela, lo que más le preocupa.
«Vivimos en una burbuja»
Peter es europeo. En realidad no se llama Peter y prefiere que su nacionalidad quede imprecisa. Llegó en los años 90 a Venezuela, donde vive de forma fija desde 2004. Dirige una empresa de seguridad, de ahí que prefiera mantener el anonimato y el perfil bajo.
«Cuanto más caótico, mejor», dice Peter, que con su empresa saca algo de beneficio a que Venezuela sea un país violento y al fundado temor de élites económicas y de extranjeros.
Peter denota algo cinismo, pero también mucho pragmatismo y detrás de eso, un amor por el país en el que vive desde hace 13 años y que no pretende abandonar.
«Casi todos los clientes se han marchado. Los ingresos son mucho menores, pero lleno el tanque de gasolina por un céntimo de dólar. El alquiler de mi departamento costaba hace años US$600. Ahora, 40 céntimos», cuenta las ventajas.
«Vivimos en una burbuja», admite, consciente de que con sus dólares es capaz de conseguir los productos básicos que son imposibles para muchos venezolanos.
El clima, la comida y un pequeño círculo de amigos cercanos son muy apreciados por Peter, que echa de menos no poder ir a pescar tranquilo, no salir de noche por la inseguridad ni poder disfrutar las maravillas naturales de un país que define como «el paraíso en la Tierra».
Con los años se ha convertido en un obsesivo seguidor de la política. Crítico con el gobierno, teme la deriva del país. «No quiero vivir en un Estado fallido», afirma Peter, que se define de izquierdas, criado en una familia de clase trabajadora.
Por ello recientemente pensó en regresar. Pero a los 58 años lo descartó. «Me aburriría mucho si volviera a Europa. Mis amigos ya son abuelos. Sería difícil reintegrarse», afirma.
La idea se le olvida al recordar el clima, la cercanía, la pasión y la apertura de los venezolanos. Ah, y «las chicas».
[staff_social]
最佳binance推薦碼
Your point of view caught my eye and was very interesting. Thanks. I have a question for you.