24/11/2024/SILVIA FONT | FOTOGRAFÍA: NANCY MORÁN, xlsemanal
Una noche de 1973, un joven Donald Trump que aún no ha cumplido los 30, visualiza en Le Club, un local nocturno solo para socios frecuentado por modelos y otros rostros conocidos de la noche neoyorquina, al abogado Roy Cohn y decide acercarse. El Gobierno acaba de demandar a la promotora inmobiliaria fundada por su padre, Fred, acusándoles de discriminación contra personas de color en los procesos de selección de inquilinos. Tras las negativas de otros abogados que no veían muchas posibilidades al caso, Trump pidió consejo a Cohn. «Diles que se vayan al infierno, pelea el caso en los tribunales y que demuestren que habéis discriminado».
El ya en ese momento conocido abogado se hizo cargo del caso de los Trump y llegó a interponer una contrademanda por 100 millones de dólares al propio Gobierno por difamación. Fue desestimada y, tras dos años de litigio, los Trump firmaron un acuerdo comprometiéndose a prevenir situaciones discriminatorias en el futuro –que, por supuesto, no cumplieron y les valieron nuevas denuncias–, pero nunca aceptaron culpabilidad alguna. Donald Trump siempre lo vendió como una victoria frente al Gobierno.
Cohn pasó a convertirse en el abogado y consejero de máxima confianza del joven empresario aspirante a magnate de la capital, en los negocios y en lo personal –fue quien supervisó su acuerdo prematrimonial con su primera mujer, Ivana, en el que se compromete a devolver todos los regalos que le haya hecho Donald en caso de separación–. Trump, ávido de dar el salto a la Gran Manzana, aprendió una importante lección que se convertiría en parte de su ADN como empresario y político: si te atacan, contraataca con más fuerza a tu adversario. «Cohn es mi mentor», reconocería al periodista Ken Auletta.
La mano derecha de ‘la caza de brujas’
En 1977, Roy Cohn ya tenía una maquiavélica reputación tras haber llevado al matrimonio Rosenberg a la silla eléctrica por un caso de espionaje industrial con Rusia, cuando era asistente del fiscal del Estado y se convirtió en la mano derecha del senador Joseph McCarthy, el instigador de ‘la caza de brujas’ anticomunista.
Pese a que McCarthy caería en desgracia más adelante, Cohn, que nunca se arrepintió de su cruzada anticomunista, supo reinventarse a sí mismo y reapareció por todo lo alto décadas más tarde. Pronto alcanzó rango de celebrity. Su activa vida social y salidas nocturnas por los locales más selectos de la capital le sirvieron para cultivar sus conexiones, ejercer de fixer entre personajes de poder, engrosar su cartera de clientes y alimentar las columnas de cotilleo filtrando alguna información más o menos verídica a sus amigos cronistas de sociedad. Tampoco en la sala de un juzgado le importará alterar la realidad e inventarse hechos, acorralar a sus oponentes hasta el acoso o tirar de influencias; cualquier cosa que fuera necesaria para ganar.
El juzgado era para él un campo de batalla a vida o muerte contra sus adversarios. Poseía grandes dotes de oratoria, podía hacer sus exposiciones durante horas sin mirar ni una nota. El Colegio de Abogados acabaría retirándole la licencia estando ya enfermo y tras varios juicios acusándole, entre otros cargos, de violación de leyes bancarias, evasión fiscal, soborno, conspiración, extorsión y chantaje para ayudar a uno u otro cliente. Y, por supuesto, de beneficiarse en último lugar. Nada de ello parecía hacerle mella. De hecho, se jactaba de no cumplir con sus contribuciones fiscales: «¡Todos evadimos impuestos! Algunos más que otros, sí, pero no me culpes a mí por tu falta de conocimiento».
Cohn criticaba en público a los homosexuales, así que nunca reconoció serlo. Ni padecer sida. Hasta el último momento dijo tener cáncer de hígado
La conclusión era clara: «la mala publicidad es mejor que la no publicidad» Roy Cohn disfrutaba estando en el foco de las cámaras.
Lo cierto es que siempre estuvo acostumbrado a estar rodeado de gente con poder. Hijo único en una familia más que acomodada de Nueva York, de niño disfrutaba de las conversaciones sobre los casos de su padre Al, que llegaría a ser juez de la Corte Suprema del estado de Nueva York. Sus padres insistían en que Roy les acompañase a todos sus actos sociales y él aprendió desde muy joven que los favores son una valiosa moneda de cambio.
Para Nicholas von Hoffman, autor de la biografía no autorizada Citizen Cohn, «la figura de Roy es una radiografía de cómo funcionan los estamentos de poder en América». Su nutrida red de contactos era una de las claves de su poder. «No quiero saber cuál es la ley, quiero saber quién es el juez» es una de sus frases más conocidas.
Su cartera de clientes no entendía de colores. Un día podía estar en una cena solidaria recaudando para el Partido Demócrata y otro apoyando una precampaña republicana.
Cohn fue quien puso en contacto a Trump con Roger Stone, que acabaría siendo un asesor determinante en su carrera política. En 1979, Roger Stone, conocido en los círculos políticos por haber sido el más joven de los implicados en el caso Watergate, acababa de ser designado para llevar la campaña presidencial de Ronald Reagan en el área de Nueva York y necesitaba un espacio para sus oficinas. Cohn medió para que Trump atendiese a Stone y ya se mostró muy interesado en los mecanismos de la campaña de Reagan. Por aquellos años, Trump ya empezaba su discurso de la Great America que está siendo destruida por las malas decisiones económicas de sus dirigentes. Y de la que años mas tarde se erigiría ‘salvador’.
Tras la llegada de Reagan a la Casa Banca, Stone montó su propia firma de consultoría y lobby políticos. Trump fue uno de sus primeros clientes. Para muchos cronistas, Roger Stone creó la figura política de Trump. Estuvo a su lado en la campaña previa a las elecciones de 2016 hasta que Trump lo despidió por «utilizar la campaña para su propia promoción personal» y, en la actualidad, es una figura clave en la investigación del hackeo ruso de las elecciones.
El duro tramo final
Roy Cohn en su vida privada era un dechado de contradicciones; hacía discursos antisemitas a pesar de ser judío o no dudaba en rechazar en público la homosexualidad mientras disfrutaba del sexo con hombres. Siempre soltero y sin hijos, su fama de promiscuo lo acompañaría hasta sus últimos días mientras luchaba contra el sida. Pese a negar hasta el último día su atracción por los hombres y su enfermedad intentando hacer creer que padecía cáncer de hígado, la verdad era un secreto a voces. De hecho, poco después de su muerte, Tony Kushner lo incluyó como personaje en su multipremiada obra teatral Ángeles en América, interpretado por Al Pacino en la versión televisiva.
Aunque pretendiera vender que su cáncer había remitido por completo, en el verano de 1984 Cohn comenzó a trabajar en sus memorias. Aseguraba que «sin importar lo bueno o malo que hubiera hecho en la vida, siempre se lo recordaría por ser la mano derecha del senador McCarthy». Ni siquiera él pudo imaginar que, décadas más tarde, sería su amigo y pupilo Donald Trump quien mantendría vivo su legado al llegar a la Casa Blanca empleando muchas de las lecciones de su mentor.
Y aunque hubo un tiempo, en los peores momentos de su enfermedad, en los que Cohn se sintió abandonado por Trump, este acudió a su funeral en agosto de 1986 y, cuando ganó las elecciones de 2016, le dijo a Stone: «¿No le encantaría a Roy ver este momento? ¡Cómo lo echamos de menos!».
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