10/09/2025/Victor Gómez, El Crepuscular/pulzo.com/cronista.com/elcaribe.com.do/elcomercio.pe
Una pregunta incómoda recorre los pasillos de cuarteles y consejos comunales: ¿qué sostiene a la Milicia cuando el sueldo no alcanza? Este reportaje desbroza cifras, testimonios y prácticas de un cuerpo que el Estado promociona como “pueblo en armas”, pero que funciona, sobre todo, como red de lealtades, control territorial y simbolismo político.
Qué es la milicia y cómo opera en la práctica
La Milicia Bolivariana es el quinto componente de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB). En el papel, su misión es apoyar la defensa integral de la nación con base comunitaria. En la práctica, su alcance va más allá de ejercicios militares esporádicos.
Naturaleza híbrida: Civiles adscritos a la FANB que mantienen sus oficios (maestros, enfermeras, mototaxistas) mientras integran “Unidades Populares de Defensa Integral” (UPDI) y “Cuerpos de Combatientes”.
Despliegue territorial: Presencia en parroquias y ejes productivos; actúan como punto de enlace entre autoridades militares, CLAP y consejos comunales.
Tareas cotidianas: Custodia de colas y centros de votación, apoyo logístico en jornadas sociales, vigilancia de depósitos de alimentos, acompañamiento a “cuadrillas de paz”, ejercicios de patrullaje y adiestramiento básico de tiro.
Sueldos, bonos y la economía del compromiso
El salario formal del miliciano suele ubicarse en la base de la escala militar o como estipendio simbólico, muy por debajo del costo de la canasta básica. La arquitectura de ingresos se sostiene en bonos discrecionales.
Sueldo base: Monto bajo y poco indexado; en muchos casos inferior al ingreso de subsistencia. No suele computar para prestaciones.
Bonos no salariales: Entregados a través del sistema Patria (alimentación, “guerra económica”, reconocimientos puntuales). Son variables, no universales y dependen de metas o listados.
Compensaciones en especie: Prioridad en cajas CLAP, acceso preferente a operativos de salud, cupos en cursos técnicos o misiones educativas.
Brecha con el costo de vida: Incluso sumando bonos, el poder adquisitivo se queda corto frente a alimentos, transporte y medicinas. La motivación se desplaza de lo económico a lo simbólico y lo relacional.
Clave: El diseño de bonos fomenta adhesión política y asistencia regular a actividades; no construye derechos laborales ni estabilidad.
En resumen, aunque el ingreso total puede rondar los 170 dólares mensuales con bonos, el sueldo base de un miliciano, según las últimas actualizaciones oficiales, ese rango percibe aproximadamente 10 dólares mensuales, lo que equivale a alrededor al tipo de cambio oficial. El ingreso real se complementa con bonos indexados, como el Bono contra la Guerra Económica (120 USD) y el Cestaticket (40 USD), que se entregan a través del sistema Patria.
Reclutamiento, motivaciones y el caso Ismaira
El ingreso a la Milicia se promueve como vocación patriótica y oportunidad de formación. Pero lo que retiene a muchos no es el dinero: es pertenecer a una comunidad y ganar visibilidad local.
Narrativa de misión: Defensa antiinvasión, soberanía alimentaria, “guerra no convencional”. Refuerza identidad y propósito.
Anclajes sociales: Redes de apoyo, reconocimiento público, cercanía con autoridades locales para resolver problemas cotidianos.
Perfil diverso: Adultos con oficios informales, mujeres cabeza de hogar, jóvenes en búsqueda de capacitación básica.
Ismaira Figueroa, francotiradora «la devoción pesa más que el salario, la pertenencia y el ideal revolucionario compensan la precariedad material, especialmente en quienes han encontrado en la Milicia una segunda familia y una voz».
Ismaira Figueroa: entre el maquillaje y el fusil, la doble vida de una francotiradora venezolana
Con el rostro cubierto de barro, un uniforme de camuflaje y un rifle FAL en las manos, Ismaira Figueroa se posiciona en lo alto de un cerro durante ejercicios militares que simulan una invasión a Caracas. A sus 47 años, esta madre soltera de cuatro hijos desafía los estereotipos: es francotiradora de la Milicia Bolivariana y también maquilladora, estilista y costurera en su comunidad.
Ismaira forma parte de los 4,5 millones de venezolanos que, según cifras oficiales, integran la Milicia, un cuerpo civil adscrito a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Pero su historia destaca por la intensidad con la que vive su compromiso político y personal. “Siento que nací para esto”, afirma con convicción. “Morir por mi patria, por mis hijos, por mi mamá, por mis hermanos… estoy dispuesta a dar la vida”.
Su admiración por el fallecido presidente Hugo Chávez la llevó a alistarse en 2010, sin imaginar que terminaría como francotiradora. Hoy ostenta el rango de sargento segundo y asegura que nunca ha disparado contra una persona, pero está preparada para hacerlo si la revolución lo exige.
Fuera del uniforme, Ismaira es una figura activa en su comunidad de La Palomera, Caracas. Realiza trabajos sociales, integra un grupo de motorizados y mantiene una buena relación con vecinos de distintas ideologías. En su hogar conserva una carpeta con su diploma de tiradora experta y una foto de Chávez que considera sagrada.
“Somos pueblo en armas”, dice, reivindicando el papel de la Milicia como defensa del proyecto bolivariano. Su historia refleja la complejidad de una Venezuela donde la política, la supervivencia y la identidad se entrelazan en cada rincón del país.
Entrenamiento, logística y capacidad real
La imagen de “pueblo combatiente” contrasta con limitaciones operativas.
Entrenamiento desigual: Desde instrucción básica de orden cerrado y tiro con fusil de adiestramiento hasta cursos especializados (francotiro, comunicaciones) para núcleos selectos.
Limitantes materiales: Munición restringida, equipo personal heterogéneo, mantenimiento intermitente; se prioriza demostración pública sobre horas efectivas de práctica.
Capacidad de movilización: Alta en actos y operativos cívico-militares; menor para sostenimiento prolongado en escenarios complejos sin apoyo de la FANB regular.
Fortaleza real: Conocimiento del territorio y redes comunitarias; utilidad para vigilancia, soporte logístico y disuasión simbólica más que para combate convencional.
Política, lealtades y control territorial
La Milicia no solo es músculo; es tejido.
Lealtad organizada: Los mandos locales se entrelazan con estructuras político-comunales, reforzando gobernabilidad en zonas sensibles.
Función electoral y de orden público: Presencia en perímetros de centros de votación, marchas y distribución de beneficios; opera como “ojos y oídos” del Estado.
Riesgos de cooptación: En entornos donde conviven economía informal, grupos armados y autoridades, la línea entre seguridad comunitaria y control político se difumina.
Costes humanos: familia, tiempo y desgaste emocional
Detrás del uniforme, hay vidas al límite.
Tiempo no remunerado: Horas de formación, actos y traslados sin viáticos consistentes; impacto en ingresos del trabajo principal.
Carga familiar: Madres y padres solos equilibran guardias y cuidados; abuelos a cargo de niños en días de despliegue.
Desgaste psicológico: Expectativa de “defender la patria” con recursos escasos genera ansiedad, sobre todo en quienes asumen roles de mayor riesgo.
Conclusiones y preguntas que siguen abiertas
La Milicia Bolivariana se sostiene sobre un trípode: ingresos simbólicos, pertenencia comunitaria y lealtad política. Funciona con eficacia como instrumento de presencia estatal y cohesión narrativa; es frágil como fuerza con capacidad sostenida de combate.
Lo que está claro: El dinero no es el pegamento. La pertenencia y el reconocimiento sí.
Lo que falta transparentar: Escala salarial real, criterios de asignación de bonos, horas de entrenamiento efectivo y protocolos de derechos laborales.
Lo que urge proteger: Límites entre función cívico-militar y control político; bienestar familiar y salud mental de sus integrantes; formación con estándares mínimos de seguridad.


























































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