22/11/2025/Victor Gómez, El Crepuscular/
El atardecer de Barquisimeto, famoso por sus matices violetas y naranjas, hoy tiene un tono más gris. La ciudad crepuscular despide a uno de sus hijos más ilustres: Esteban Castillo, el hombre que se atrevió a vestir de geometría el concreto urbano, falleció este fin de semana a los 83 años (a solo un mes de cumplir sus 84).
Su partida no es solo la pérdida de un pintor; es el cierre de un ciclo para la generación dorada del arte venezolano. Con maletas en mano, viajó a Europa para estudiar artes y regresó para transformar su tierra.
De hijo de artesanos a la Vanguardia de París
La historia de Castillo no comienza en galerías de mármol, sino entre el olor a cuero y el sonido del telar. Nacido el 26 de diciembre de 1941 en Barquisimeto Estado Lara. Esteban creció viendo las manos de su padre talabartero y de su madre tejedora. De ellos aprendió que la belleza requiere disciplina y oficio.
«La regla, el compás, la cuchilla; yo los vi de niño. Mi taller de hoy se parece al ambiente donde vivía cuando era pequeño», confesó alguna vez.
Formado inicialmente en la Escuela de Artes Plásticas Martín Tovar y Tovar, su talento pronto le quedó grande a la provincia. En 1967, con una beca y la audacia de los 25 años, cruzó el Atlántico. Aterrizó en París efervescente y luego en Londres, viviendo en carne propia la revolución del Cinetismo y el Op-Art.
Allí, entre el frío europeo y la vanguardia, Castillo limpió su paleta. Dejó atrás el paisaje figurativo para abrazar lo que sería su firma eterna: la pureza de la forma, la línea recta y el color plano.
La «Geometría» no es fría, es humana
Muchos asocian el arte geométrico con algo robótico o frío. Castillo demostró lo contrario. Su obra vibra; sus cuadros parecen moverse aunque estén estáticos. Aprendió que un cuadrado rojo al lado de un rectángulo azul no es solo matemática, es una conversación emocional.
Durante sus 20 años en Europa, no solo expuso; trabajó como cocinero, cuidó niños y absorbió la cultura, pero la nostalgia del trópico siempre estuvo latente. Esa «añoranza de la luz» fue la que trajo de vuelta en su maleta cuando regresó definitivamente a Venezuela en 1987.
Un lienzo de concreto: El Mural de Barquisimeto
Si hay un legado que define a Esteban Castillo, es su obsesión por democratizar el arte. Él no quería que sus obras estuvieran «presesas» en museos con aire acondicionado.
Su obra maestra, y quizás el regalo más grande que le hizo a su ciudad, es el Gran Mural de la Autopista (sector El Garabatal). No es una pintura cualquiera; es una intervención monumental sobre un muro de contención que da la bienvenida a quienes llegan a Barquisimeto.
Concebido como uno de los murales de cerámica más grandes de Latinoamérica.
Transformó una estructura de ingeniería gris y funcional en una partitura visual de colores rítmicos.
Castillo logró que el conductor, el obrero y el estudiante, en su tránsito diario, tuvieran un encuentro fortuito con la belleza. «El arte es para todos», repetía, y sus murales son la prueba de esa promesa cumplida.
El último trazo
En sus últimos años, Esteban Castillo seguía activo. Su mente, lúcida y geométrica, continuaba planificando exposiciones y soñando formas, aunque el cuerpo empezaba a pedir descanso.
Hoy, Venezuela pierde a un Maestro del Abstraccionismo Geométrico, pero gana una leyenda. Su obra queda en las paredes de nuestras ciudades, en las colecciones nacionales y, sobre todo, en la retina de los barquisimetanos que, sin saberlo quizás, han crecido viendo el mundo a través de los colores de Castillo.
Descanse en paz, Maestro. Gracias por enseñarnos que en la geometría también habita el alma.
omutogel
Your writing style makes complex ideas so easy to digest.