15/03/2016/El COnfidencial/AJV
Disponer de más de seis horas de sueño al no es tarea sencilla porque necesitaremos organizarnos mejor que una , prescindir de cumplir con alguna obligación o, directamente, eliminar parte de nuestro ocio diario. Desde luego, ninguna de estas opciones parece sencilla, ¿pero qué ocurre si no dormimos lo suficiente?
En un día tenemos que ir a trabajar, preparar la , hacer algo de deporte, ir al dentista a que nos mire esa muela que tantas molestias nos está causando, preparar la importante reunión de la próxima semana, enviar un correo electrónico con los puntos a tratar en la otra reunión importante de la semana que viene, ir a buscar a Juanito a baloncesto, etc. Y encima nos tiene que sobrar tiempo para echar la gasolina que nuestro cuerpo necesita para funcionar. Y no, no es tan sencillo como echársela al coche, puesto que necesitamos dedicar un rato a comer y cocinar correctamente y dormir lo suficiente cada noche. Casi nada.
Ante este ritmo de vida, solemos ver el sueño como un mal necesario. Llegamos al fin del día con el piloto automático encendido, sin fuerza alguna, pero con la obligación, por un lado, de cumplir con nuestro trabajo y, por otro, de descansar porque ya no podemos con el alma. Disponer de más de seis horas de sueño al día no es tarea sencilla porque necesitaremos organizarnos mejor que una empresa japonesa, prescindir de cumplir con alguna obligación o, directamente, eliminar parte de nuestro ocio diario. Desde luego, ninguna de estas opciones parece sencilla, ¿pero qué ocurre si no dormimos lo suficiente?
Dormir seis horas no es conveniente
Un estudio de la Escuela de medicina de Filadelfia, perteneciente la Universidad de Pensilvania restringió las horas de sueño a 48 hombres durante tres días, se formaron cuatro grupos y se les permitió dormir cuatro, seis y ocho horas, mientras que al último grupo se les privó del sueño. Durante estos tres días se evaluó el rendimiento de todos los participantes cada dos horas, salvo cuando estaban dormidos. De esta manera, se les midió su rendimiento, capacidad cognitiva y les preguntaron por cuestiones sencillas, como si estaban o no, cansados.
Los resultados, recogidos por ‘Fast Company’, fueron, en parte, esperados: los que dormían ocho horas consiguieron un rendimiento más elevado durante el trascurso del experimento, mientras que los de cuatro vieron sus resultados mermados con el paso de los días. Sin embargo, lo más llamativo es que al final del experimento eran bastante similares los valores cognitivos de los que no habían dormido nada y los que habían descansado seis horas al día. Con una enorme diferencia, los participantes que no durmieron calificaron sus niveles de somnolencia cada vez más elevados, mientras que aquellos que durmieron seis horas no dieron tanta importancia a esa variable. En otras palabras, estos últimos negaron de forma consciente o inconsciente su problema de cansancio.
¿Pero cuánto dormimos?
Es cierto que con las pulseras inteligentes ahora es más sencillo tutorizar nuestro sueño, pero en la mayoría de los casos seguimos sin ser conscientes de lo que realmente dormimos. Según un informe del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, más del 35% de estadounidenses duermen menos de siete horas al día entre semana. Pero estar siete horas en la cama no significa que durmamos esas horas. Un estudio de la Universidad de Chicago ha demostrado que sobreestimamos la cantidad de tiempo que dormimos. Por la noche podemos despertarnos, ir al baño, tardar un rato en dormirnos, etc. Esto quiere decir que si creemos que hemos dormido ocho horas, lo más probable es que estemos más cerca de las seis.
La solución parece sencilla sobre el papel, pero no es tan fácil en la práctica. Dormir más requiere acostumbrarse a una serie de costumbres que necesitan un esfuerzo por nuestra parte. Este es el caso de tener un horario más o menos fijo para ir a la cama, dejar de utilizar las pantallas de la tele, ordenador o móvil, por lo menos media hora antes de acostarnos, no beber alcohol antes de dormir, etc. También debemos vigilar otros problemas de salud que influyen en la calidad del sueño. Este es el caso del exceso de peso; molestias respiratorias, como la apnea del sueño; problemas psicológicos o el propio estrés.
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