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El «mejor espía del mundo» que vendió lápices en Venezuela

02/06/2016/Ernesto J. Navarro/RT

Tras la guerra, el «espía más famoso del mundo» se ocultó en un pequeño pueblo de Venezuela. En ese país quiso quedarse hasta el final.

«Era un hombre culto, muy culto; respetuoso, servicial. Pero le digo más, era un buen vecino».

Quizá ninguna biografía escrita sobre Joan Pujol, cargadas todas de eventos fantásticos, pueda llegar a ese nivel de proximidad que tuvieron Luis Guillermo Gutiérrez y su esposa María Emma Upegi, quienes por más de 10 años fueron sus vecinos en una pequeña población del caluroso occidente venezolano.

Pujol hubiese podido ser cualquier cosa: Quiromante, vendedor o político. De haber optado la escritura, de seguro no le habrían faltado personajes así como tampoco le fue negada la vocación para interpretar. No en vano, el considerado «mejor espía del mundo», usaba como nombre clave, el apellido de una actriz de Hollywood: Garbo, como Greta.

Esa facilidad para crear o mentir dirían algunos, le permitió llegar inmune de sospechas al denominado ‘Día D‘, engañando al mismísimo Führer: Adolf Hitler con el desembarco de Normandía y a la -hasta entonces- infalible Abwehr, organización de inteligencia militar alemana.

Cada detalle de las acciones que le hicieron célebre, están perpetuadas en libros, películas y millones de páginas impresas. La experiencia del catalán como doble agente (inglés-alemán) se ha contado lo mismo que un largometraje de ficción.

Ingenio sin límites

Pujol, Garbo o Arabel, da lo mismo; convenció a los alemanes de que él, era el hombre mejor informado sobre los movimientos de las tropas aliadas en todo el viejo continente. Y con la elegancia de un prestidigitador, sacó del sombrero una imaginaria red de más de 20 informantes, ubicados falsamente en toda Europa, con la que llegó a tener a Hitler en sus manos.

Este edificio es la antigua Casa del regalo fundada por Pujol. Aún está en pie en Lagunillas" / Foto: José Luis Rojas (Venezuela)

Este edificio es la antigua Casa del regalo fundada por Pujol. Aún está en pie en Lagunillas» / Foto: José Luis Rojas (Venezuela)José Luis Rojas

Nigel West, seudónimo con el que Rupert William Simon Allason escribió al menos 26 libros sobre espionaje, entre ellos uno titulado ‘Garbo’; describió la capacidad de escritor que tenía Pujol para mantener los hilos de las historias que inventaba: «todo era manifestación de la imaginación de un sólo y extraordinario individuo. Todos sus personajes tenían sus problemas, problemas conyugales, con la novia, dificultades financieras. Todos vivían en diferentes lugares. Lugares que Garbo jamás había visitado».

Acabada la guerra, como un actor que se para a pies juntillas frente a la platea, bajó el telón de su vida: simuló su muerte y salió de escena.

Con la ayuda del servicio secreto inglés, el MI5, Pujol se mudó a Angola y con la teatralidad de la historia de Cleopatra, una serpiente daba final a su vida legal. Tras sus pasos: una esposa y tres hijos españoles, que se creyeron huérfanos por casi 3 décadas.

Corrían entonces los días del año 1949.

Destino Suramérica

Nueve mil kilómetros más lejos resucitaría, ahora como un mercader español.

Juan y no Joan, lo llamaron en Venezuela, país que escogió para vivir su nueva vida. Sin dejar de temer jamás una represalia nazi, huyó de las ciudades congestionadas. Aterrizaría en un campamento petrolero del occidente de la nación suramericana: Lagunillas.

Quien busque a Lagunillas en un mapa, verá que es una población del estado Zulia (Venezuela, a más de 685 km de Caracas), ubicada en el municipio del mismo nombre. Un pueblo donde los veranos son perpetuos. Todo el año la temperatura va de los 32 a los 40°C, pues se encuentra a sotavento de los alisios.

Es una pequeñísima franja poblada, pegada a las costillas de la costa oriental del Lago de Maracaibo o más concretamente, separada de esas aguas por un muro de contención (una barricada monumental que robó tierras al lago y que fue erigida por la holandesa Royal Dutch Shell). De no ser por aquella monstruosidad de dique, Lagunillas sería una Atlántida.

La tienda de Juan

Allí, entre obreros petroleros, migrados en búsqueda del oro negro, fundó ‘La casa del regalo’. El señor Juan vendía en su tienda: lápices, cuadernos, hojas de papel, tijeras y todos los llamados: utensilios de oficina.

«Era una especie de benefactor. Fue el primero en ofrecer a los obreros, la posibilidad de comprar lo necesario para que sus hijos iniciaran cada año escolar y que luego lo pagaran por cuotas», recuerda el profesor Crisanto Navarro.

Maestro de idiomas

María Emma Upegi y Luis Gutiérrez, llegaron a Lagunillas en 1.978. Se instalaron en el número 13-14 del edificio ‘Pibeca’, ubicado en una pequeña calle de menos de 500 metros. En cada vereda hay locales comerciales, básicamente tiendas de abarrotes, una farmacia, un banco y un restaurante chino. A ese sitio los obreros llamaron: el Centro Comercial.

¡Se imagina! Yo le puse una inyección en la cola al espía más famoso del mundo y no lo sabía

«El departamento marcado con los números 17-18 eran la casa de Don Juan. Él apenas cruzaba la calle y llegaba a su trabajo», recuerda Luis Gutiérrez.

Pero antes de la ‘La casa del regalo’ le contaría Juan a sus vecinos, trabajó para la empresa Shell, que dominaba la explotación petrolera en el estado Zulia, enseñando español a técnicos estadounidenses e inglés a los gerentes venezolanos.

La relación entre los Pujol y los Gutiérrez se desarrolló con la proximidad que tienen los vecinos en el Caribe. «En una oportunidad el señor Juan enfermó y Cilia su esposa, me pidió ayuda ¡Se imagina! Yo le puse una inyección en la cola al espía más famoso del mundo y no lo sabía», recuerda entre risas María Upegi.

El vecino

Lagunillas vivió su efervescencia al ritmo de la explotación petrolera: en ese campamento fabricado por los holandeses Pujol vio crecer su negocio y su nueva familia: Juan Carlos, María Elena y Carlos Miguel nacieron en aquel rincón de Venezuela, sin saber toda la fabulosa historia de su padre.

Como muchos de los hijos de la clase media alta de la zona, los hijos de Pujol estudiaron en el Colegio San Agustín de Ciudad Ojeda (ubicada a 5km de Lagunillas), hasta que finalizaron la secundaria.

Se repartiría con Cilia la atención de la tienda y de la familia y él mismo viajaba a Caracas para comprar las mercancías que luego pondría a la venta.

«El señor Pujol era un hombre que yo puedo describir como amoroso. No sólo con su familia, también con sus vecinos. Vivió en Lagunillas sin levantar sospecha alguna. Nunca supimos quién era en realidad o quien había sido», evoca María Upegi.

Sólo como una curiosidad, les viene a la mente que en varias conversaciones, a lo largo de 10 años, mencionó que le gustaría pasar su vejez en Choroní, un pueblo pesquero edificado en las faldas de la Cordillera de la Costa (al centro de Venezuela), escribiendo sus memorias.

Para ser el dueño de una tienda modesta, a muchos les pareció algo pretencioso aquella aspiración de Pujol. Qué habrá hecho para escribirse una biografía. Pero como muchos emigrados por la guerra, quizá sí tendría algo que contar.

De Choroní era la esposa venezolana del espía y de esas playas de ensueño, estaba también enamorado.

Dolorosa despedida

María Elena, su hija, había estudiado en Estados Unidos. Al volver trabajó en una empresa norteamericana radicada en la zona. Quedó embarazada y un 31 de diciembre, finalizando los 70, el aumento repentino de la tensión arterial, le quitó la vida. También a hijo que llevaba en su vientre. El doctor Piñero de la Clínica Materno Infantil, nada pudo hacer…

Para Pujol, María Elena era su «nena». Esa muerte le partiría el alma en dos y luego de eso, abandonó ‘La casa del regalo’ y también Lagunillas.

De Barcelona al mar Caribe

Al dejar los campos petroleros, recalaron en un departamento que Pujol había adquirido en la urbanización La Trinidad, al este de Caracas.

Mientras, en Lagunillas, el hijo menor de Pujol quiso encargarse del negocio, pero no prosperó. Al poco tiempo se llevó toda la mercancía y cerró el local.

Un par de años más tarde el diario Panorama del estado Zulia le contó a los habitantes de Lagunillas, quién era en realidad su vecino Juan Pujol, luego que éste se presentara en la corte de Isabel II, donde recibió toda clase de honores a lo largo de una Europa que no había pisado en más de 30 años.

«Para mi fue una sorpresa total», dice Luis Gutiérrez, «¡Imagínese! El espía más importante de la Segunda Guerra Mundial, era el vecino que tratamos a diario por más de 10 años. Pero ahora que lo pienso, creo que él se quedó en Lagunillas, porque aquí se sintió tranquilo».

Luego de haber recibido la gloria de la que debió ocultarse gran parte de su vida, la muerte la alcanzó el 10 de octubre de 1988 en la capital venezolana. Pero su cuerpo, tal y como lo había pedido, fue inhumado en Choroní. En ese pueblo de pescadores y afrodescendientes que besa las costas del mar.

Su lápida es simple, sin ninguna espectacularidad: «Juan Pujol García (14-02-12 / 10-10-88). Recuerdo de su Esposa, Hijos y Nietos». Quizá esa tumba sea su último engaño.

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