17/09/2016/BBC Future
El 6 de septiembre de 1976 una aeronave sobrevoló el cielo de la ciudad japonesa de Hakodate, en la isla de Hokkaido.Pero no era el tipo de avión de pasajeros para vuelos cortos que acostumbraban a ver sus habitantes. Aquel enorme aparato gris lucía las estrellas rojas de la Unión Soviética. Y nadie en Occidente (ni en Japón) había visto antes uno igual.
La nave aterrizó en la pista de asfalto y hormigón de Hakodate. Pero ésta se quedó corta y el avión tuvo que abrirse camino en la tierra antes de detenerse completamente en el otro extremo del aeropuerto.
El piloto salió de la cabina del avión y disparó dos tiros de advertencia con su pistola, al tiempo que los automovilistas de una carretera cercana tomaban fotos de tal extraña visión.
En pocos minutos, los funcionarios del aeropuerto llegaron hasta él, conduciendo a través de la terminal.
Y, entonces, el piloto de 29 años, el teniente de vuelo Viktor Ivanovich Belenko, de las Tropas de Defensa Aérea soviética, anunció su deseo de desertar.
No fue una deserción normal. Belenko no se había acercado a una embajada o había abandonado un barco en un puerto extranjero.
El avión con el que había volado más de 600 kilómetros -y que había quedado varado en el extremo de la pista japonesa- era el Mikoyan-Gurevich MiG-25: la aeronave más secreta jamás construida por la Unión Soviética.
Hasta que Belenko aterrizó en Japón, por supuesto.
Grandes alas y grandes preocupaciones
Occidente conoció por primera vez los MiG-25 en la década de 1970.
Los satélites espía que acechaban los aeródromos soviéticos detectaron un tipo de aeronave que estaban probando en secreto.
A los militares occidentales les preocupaba una característica en particular: sus alas eran muy grandes.
Una superficie alar grande puede ser muy útil en un avión de combate, pues facilita el ascenso y disminuye la cantidad de peso distribuido en el ala, lo cual lo haría más ágil y fácil de girar.
Sabían que (el MiG-25) sería muy veloz y también pensaron que podría ser muy versátil. Tenían razón sobre lo primero pero no sobre lo segundo»
Este avión soviético parecía combinar esa habilidad con dos motores enormes.
¿Qué tan veloz podría llegar a ser? ¿Podría hacer algo la Fuerza Aérea estadounidense para estar a la altura?
El Pentágono se encontró, de repente, ante la perspectiva de un caza soviético que podría ser más veloz que cualquiera de sus aeronaves militares.
Fue un caso típico de interpretación errónea, dice Stephen Trimble, editor de la revista especializada Flightglobal para Estados Unidos.
«Sobreestimaron sus habilidades en base a la apariencia; por el tamaño de las alas y las entradas de aire», dice Trimble.
«Sabían que sería muy veloz y también pensaron que podría ser muy versátil. Tenían razón sobre lo primero pero no sobre lo segundo».
Los retos de volar alto
El MiG-25 fue construido como respuesta a una serie de aeronaves que EE.UU. planeaba poner en servicio en los años 60, y que podrían volar triplicando la velocidad del sonido.
En los años 50 los soviéticos habían hecho grandes avances en aviación.
Sus aviones de combate rivalizaban con sus homólogos estadounidenses, pero su radar y otros componentes electrónicos no eran tan sofisticados.
Los soviéticos querían dar el salto tecnológico lo antes posible.
Bajo el mando del diseñador de aviones Rostislav Belyakov el equipo soviético se puso a trabajar.
Para volar rápido, el nuevo motor necesitaría gran empuje.
Tumansky, el principal diseñador de la Unión Soviética, ya había construido un motor, el R-15 turbojet. Pero el nuevo MiG necesitaría dos de ellos.
Además, volar tan alto generaba enormes cantidades de calor por fricción, pues la nave avanzaba contra moléculas de aire.
Construyeron la nave con enormes cantidades de acero. Cuando estás cerca de ella -con sus 19,5 metros de largo- puedes apreciar plenamente el trabajo que requirió su construcción.
El fuselaje de acero pesado es la razón por la cual ese avión tiene alas tan grandes; no es para luchar contra Estados Unidos, sino para poder mantenerse en el aire.
Pero, a principios de los 70, los responsables de defensa estadounidenses poco sabían sobre las capacidades del MiG.
Le dieron el sobrenombre de «Foxbat» (murciélago-zorro).
A menos que pudieran tener uno en sus manos, parecía que el MiG sería una misteriosa amenaza para ellos.
Hasta que un decepcionado piloto de combate soviético urdió su plan.
Buscando una vía de escape
Viktor Belenko había sido un ciudadano soviético modelo.
Nació justo al final de la Segunda Guerra Mundial, en las montañas del Cáucaso. Entró en el servicio militar y se graduó como piloto de combate.
Pero Belenko estaba desencantado.
Era padre y se enfrentaba a un divorcio. Y había comenzado a cuestionar la naturaleza de la sociedad soviética, y si EE.UU. era realmente tan malvado como el régimen comunista sugería.
«La propaganda soviética de esa época lo presentaba como una sociedad podrida que se estaba derrumbando», le dijo Belenko a la revista Full Context en 1996.
«Pero yo tenía muchas interrogantes en mi cabeza».
Belenko se dio cuenta de que el nuevo y enorme caza que estaba probando podría ser su vía de escape.
Estaba basado en la base aérea de Chuguyevka, en Primorie, cerca de la ciudad de Vladivostok, en el extremo más oriental del país.
La propaganda soviética de esa época presentaba (a EE.UU.) como una sociedad podrida que se estaba derrumbando. Pero yo tenía muchos interrogantes en mi cabeza»
Y Japón quedaba sólo a 644 kilómetros.
El nuevo MiG podría volar rápido y alto, pero sus dos motores gigantes hacían imposible que pudiera llegar muy lejos; desde luego, no lo suficiente como para tocar tierra en Estados Unidos.
El 6 de septiembre Belenko voló en una misión de entrenamiento. Ninguno de los MiGs estaba armado pero sí tenían combustible.
El piloto rompió formación y en pocos minutos estaba sobrevolando las olas en dirección a Japón.
De repente, los japoneses se encontraron con un piloto desertor y un avión de combate que había logrado eludir (hasta entonces) a las agencias de inteligencia occidentales.
De vuelta a casa
La CIA no podía creer su suerte.
Analizaron el MiG detenidamente. «Al desmontarlo e inspeccionarlo pieza por pieza durante varias semanas podían comprender exactamente de lo que (los soviéticos) eran capaces», dice Trimble.
Pero los soviéticos no habían construido el «súper caza» que temía el Pentágono, dice Roger Connor, responsable de aviación del museo del Instituto Smithsoniano, en Washington D.C., EE.UU.
«El MiG no era un avión de combate muy útil. Era caro y pesado, y no era particularmente efectivo en combate», dice Connor.
Pero el espectro del MiG-25 había hecho que EE.UU. se embarcara en un enorme proyecto, que ayudó a crear el F-15 Eagle, todavía en funcionamiento.
El MiG por el que Occidente se había preocupado tanto se acabó convirtiendo en papel mojado.
Su gran radar quedaba años detrás de los modelos estadounidenses. Sus grandes motores requerían tanto combustible que sólo podía volar distancias muy cortas.
Podía despegar muy rápido y volar a gran velocidad en línea recta para disparar misiles o tomar fotos. Eso era todo.
El avión que la Unión Soviética había escondido del mundo durante años fue reensamblado y cargado en un barco, de vuelta a la Unión Soviética.
Los japoneses les cobraron a los soviéticos US$40.000 por los costos de envío y los daños que causó Belenko en el aeropuerto.
Sin embargo, nada evitó que la Unión Soviética construyera más de 1.200 MiG-25; un avión de prestigio para las fuerzas soviéticas, que lo anunciaban como el segundo más veloz del mundo.
En cuanto a Belenko, no regresó a la URSS. El desertor se fue a vivir a EE.UU., donde se convirtió en ingeniero aeronáutico y en consultor de la Fuerza Aérea estadounidense.
Pero la historia del MiG-25 no ha terminado.
Su diseño fue modificado para crear el MiG-31, con mejores sensores, radar y motores.
Y gran parte de su funcionamiento sigue siendo un secreto bien guardado.
Al fin y al cabo, ningún piloto ruso ha decido exiliarse del país y pilotar su MiG-31 rumbo a un aeropuerto extranjero.
[staff_social]
Deja una respuesta