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¿Está acaso Venezuela al borde de una guerra civil?

02/06/2017/Jorge Silva / Reuters/ Nazareth Balbás

Luego de 60 días de violencia focalizada en siete municipios controlados por la oposición, 60 víctimas fatales y más de mil heridos, ¿está acaso Venezuela al borde de una guerra civil? Analistas dicen que no.

Un escritor venezolano, sentado en su acostumbrado café, decía el martes: «el problema para entender esto es que nosotros no sabemos el peso de las palabras».

Se refería especialmente a los términos «masacre» o «guerra civil», que en las últimas semanas han cobrado una presencia especial en el verbo de los venezolanos, potenciados por su uso excesivo en las comunicación oficial y en los medios privados. Según él, el bombardeo indiscriminado de esas palabras era responsable de la incapacidad para tasar la dimensión de un conflicto que se ha atizado en los últimos dos meses con 65 víctimas fatales, más de mil heridos, una escalada de violencia declarada por la oposición y la actuación -muchas veces desproporcionada- por parte de la fuerza pública.

Pero la situación real dista mucho de encajar en los términos de «masacre» o «guerra civil». Sí, hay protestas. El grueso de ellas ocurre en el municipio más rico de Caracas, controlado por la oposición: Chacao. Allí, el alcalde hasta marcha con los encapuchados. En el resto de la ciudad la vida continúa en una suerte de «normalidad» pese a la suspensión del servicio en estaciones de Metro, cortes de vías por parte de los manifestantes y las escaramuzas que ya han acostumbrado a los habitantes de ciertas zonas a respirar el olor a gases lacrimógenos. La escena se repite, con algunas variables, en otros siete ayuntamientos del país, también gobernados por la derecha.

Pero, ¿eso es suficiente para decir que el panorama en Venezuela está tan fuera de control que el país camina al borde de una confrontación fratricida? Analistas coinciden en que no.

Cuestión de dimensiones

«Aquí le dicen ‘guerra civil’ a cualquier escaramuza que le pare los pelos. Guerra civil, mi estimada, es la confrontación generalizada de dos o mas ejércitos regulares o irregulares, con estructura militar, mandos, financiamiento interno y externo, y eso no está ocurriendo ni va a ocurrir en Venezuela», dice el analista político José Roberto Duque.

Para Duque, uno de los «triunfos» discursivos de la oposición venezolana es que «todo el mundo perciba que hay una confrontación generalizada», pero no es cierto. Allí coincide el periodista y exviceministro de Comunicación, Freddy Fernández: «Es más factible una intervención militar; la guerra civil no es un escenario posible».

Fernández explica que la razón principal es que «la oposición no cuenta con el respaldo» para desencadenar ese tipo de reacciones porque está conducida «por una clase media acostumbrada a que otros hagan lo que se debe hacer». El planteamiento no es descabellado.

Rebelión sin pobres

Ueslei Marcelino / Reuters

En días recientes Luis Vicente León, uno de los principales asesores de la derecha, escribió un artículo en el que alertaba sobre el elemento que falta para que «la protesta opositora tenga éxito»: la presencia mayoritaria de los pobres.

«Si quieres medir participación de la población más pobre no puedes identificarla en las marchas de TU zona, sino en las protestas de SU zona (…) No es verdad que la penetración de la protesta es similar en ambos grupos sociales», escribió León en un artículo titulado ‘El pobre en su choza’, en alusión a un estrofa del Himno Nacional.

Según León, la escasa participación de los sectores sociales menos desfavorecidos en las movilizaciones de la derecha es una «señal» que explica por qué la protesta no ha alcanzado sus objetivos: «No te quejes de que la población más pobre no te acompañe en las protestas de tu zona, si tú no la acompañas, ayudas o proteges en la de ella», continúa el texto.

A la incapacidad de la derecha para mover o sentir empatía con esos sectores sociales, independientemente del descontento que pueda haber con el gobierno, se suma la pérdida de fuerza de las manifestaciones de la oposición en las últimas semanas. La participación interna mengua y los apoyos en la escala internacional se diluyen.

El pasado miércoles, por ejemplo, una mermada concentración opositora culminó en el repetido escenario de violencia, mientras los países aliados de la derecha nacional no pudieron avanzar en una resolución de condena contra Venezuela en la Organización de Estados Americanos (OEA). En paralelo, la diplomacia bolivariana lograba su elección en la presidencia de la cuarta Comisión de Naciones Unidas (ONU) y se anotaba un tanto al aparecer entre las tres naciones suramericanas con menos desigualdad.

Violencia que no avanza

«La verdad -sostiene Fernández- es que la violencia no avanza. Genera un asombro que se va volviendo normal, pero sin crecimiento. Hasta para el periodismo va perdiendo novedad. El país se mueve con normalidad, a pesar de los focos de enfrentamientos entre Las Mercedes y Altamira (urbanizaciones acomodadas del este caraqueño). El problema es que los radicales aún tienen mucho dinero para seguir en la calle, buena asesoría comunicacional y lobbys que han demostrado eficiencia para doblar voces y comprar voluntades».

Así, por ejemplo, hoy es normal que a dos cuadras de los enfrentamientos entre los encapuchados y la policía, la vida en Altamira siga igual en los cafés, las tiendas de diseñador, las librerías y los lujosos restaurantes donde hay colas para entrar. Lo diferente, claro, es que después de las 5:00 de la tarde, todo queda en una suerte de estado de sitio a merced de los «guarimberos», como popularmente se le conocen a los cabecillas del ‘riot’ tropical.

El malestar en la calle es evidente. La complicada situación económica que vive Venezuela, producto de la lenta recuperación de los precios del petróleo después de un retroceso prolongado de las cotizaciones y el boicot financiero internacional, se pone aún más agria por los factores de la oposición que a diario impiden el libre tránsito y dificultan al resto de las personas su derecho al trabajo, lo que merma el entusiasmo sobre lo que podría lograrse con la mecha de las protestas encendida.

¿Negociación?

«La gran mayoría de los venezolanos sabe que la violencia no es el escenario idóneo, independientemente de lo radicalizada y polarizada que esté la situación», apunta el consultor político Germán Campos.

Él, sin embargo, advierte que entablar un proceso de negociación «cuando no hay un claro vencedor es más difícil». Hasta ahora, el gobierno no ha logrado contener la violencia de la oposición, y la derecha tampoco le ha torcido el brazo al Ejecutivo. Ambos piden cosas al otro y ninguno cede.

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La pugnacidad entre los factores, alega el consultor, deja poco espacio para entablar una negociación «donde lo fundamental sea apelar a la paz». Pero sugiere que podría empezarse por desarmar la «narrativa» adoptada por cada bando.

«En Venezuela lo que hay es una disputa por imponer el relato. El gobierno, por ejemplo, quiere decir que la oposición es la responsable de la violencia y de las muertes; y la oposición está empeñada en imponer la idea de que es al contrario. Y cada día que pasa, ocurre un hecho que nos entrampa a todos en esos señalamientos. Así es imposible lograr acuerdos mínimos».

Bajar del tigre

Jorge Silva / Reuters

Mientras el gobierno propone una Constituyente como resolución del conflicto, la oposición plantea la renuncia del presidente Nicolás Maduro y ha anunciado el aumento de la presión en la calle. Campos considera que ninguna de esas posturas contribuye a una conciliación, por lo que aventura una tercera posibilidad: «abrir un espacio donde predomine la voluntad política y se ponga aún por encima de los intereses particulares de cada grupo». Peró, ¿cuán factible es esa opción a estas alturas? Mínima.

Para Fernández, por su parte, hay dos posibilidades de paz: que la oposición se desmarque de los radicales o que el chavismo continúe inamovible. En ese último caso, «se abre un espacio para que la oposición política se imponga ante la oposición paramilitarista».

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«Hay unas personalidades de la oposición -agrega Fernández- que están cabalgando sobre un tigre, tienen que conseguir una manera de bajarse y no es fácil. El chavismo debería ponerles una barra del camino, un puente del que puedan agarrarse y dejar que ese animal siga su camino solo, en su locura, sin darse cuenta que no tiene jinete. La única apuesta sensata es el diálogo«.

Duque es menos optimista. «¿Que si se puede desactivar la violencia? A lo mejor sí, pero no tengo idea de cómo. Al que te responda eso habrá que darle el Nobel de la paz».

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