05/09/2016/EFE/AJV
Freddie Mercury vivirá eternamente. Aunque muriera en 1991, 25 años después se le sigue recordando como uno de los artistas más importantes del siglo XX. Una estrella que llegó para cambiar los estigmas sociales a golpe de rock y magia.
De no haber sido por una muerte temprana, en el apogeo aún de su carrera musical, Freddie Mercury habría cumplido mañana la redonda cifra de 70 años, ocasión celebrada estos días con un repaso a su también variada obra en solitario, que empezó una semana antes del propio debut de Queen.
Fue en 1973 cuando, con los miembros de la banda como soporte y bajo el seudónimo de Larry Lurex, lanzó «I can hear music», una versión de un tema de The Beach Boys, con una cara B titulada «Goin’ back», que estaban a disposición del público desde el lanzamiento de un álbum especial por el 60 aniversario de su nacimiento.
Diez años después, la iniciativa se repite. En versión doble CD, digital y como una caja de vinilos coloreados de siete pulgadas y edición limitada, regresan al mercado todos los sencillos que publicó sin Queen bajo el título de «Freddie Mercury: Messenger of the Gods – The Singles».
A través de esas 13 canciones, es posible aislar aquello que hizo de Farrokh Bulsara (su nombre auténtico) un artista, compositor, cantante y músico simpar, autor de dos álbumes que, si bien no adquirieron la misma relevancia que su trabajo con Queen, merece la pena revisar: «Mr. Bad Guy» (1985) y «Barcelona» (1988), junto a Montserrat Caballé.
La soprano recordaba tras su muerte que fue su calidad vocal uno de los aspectos que más lo significaron, como probó su puesto 18 en la lista de los «100 mejores intérpretes de la historia» para la revista Rollig Stone. Fascinaban su técnica, su vibrato, su facilidad para oscilar entre notas y registros, de su tono de barítono al de soprano, siempre en tiempo.
Como autor, Mercury compuso 10 de los 17 mayores éxitos de Queen: «Bohemian Rhapsody», «Seven Seas of Rhye», «Killer Queen», «Somebody to Love», «Good Old-Fashioned Lover Boy», «We Are the Champions», «Bicycle Race», «Don’t Stop Me Now», «Crazy Little Thing Called Love» y «Play the Game».
De su gusto por la mezcla desprejuiciada de estilos dan prueba sus influencias tempranas, divididas entre Cliff Richard (el autor entre otros del eurovisivo «Congratulations») y el electrizante Little Richard.
Del mismo modo, su capacidad dramática y su magnetismo sobre el escenario están fuera de discusión. El mismísimo David Bowie dijo de él que «llevó el concepto de rock melodramático más lejos que ningún otro intérprete de rock». Además, añadió, «siempre he admirado un hombre capaz de vestir mallas ajustadas».
Descendiente de parsis y nacido en el sultanato de Zanzíbar, entonces un protectorado británico, hoy parte de Tanzania, Mercury se crió entre esta región y La India hasta que, en plena adolescencia, se mudó con la familia a Inglaterra, donde estudió arte.
Plenamente consciente de las connotaciones ambiguas que transmitía el nombre, fue él quien eligió llamar «Queen» (reina) a la banda que en 1970 formó junto a Brian May y Roger Taylor, pese a las reticencias de sus representantes.
Fue en esta época cuando también eligió el apellido Mercury y cuando diseñó el logo del grupo combinando los signos zodiacales de sus cinco miembros.
Once discos con Queen y una década después, en 1984, volvería a probar suerte en solitario con «Love kills», una colaboración con el productor italiano de música disco Giorgio Moroder para la reedición de la banda sonora de la película de 1927 «Metrópolis».
La experiencia en solitario devino solo un año después en su primer disco en solitario, «Mr. Bad Guy», que le impulsaba por la misma senda bailable, como demuestra «I Was Born To Love You» o y «Living On My Own», en contraste con las más melancólicas «Made In Heaven» y «Love Me Like There’s No Tomorrow».
De su gusto por Elvis Presley surgiría en 1987 una versión de «The great pretender» que ayudó a poner el tema de nuevo al día y que contó con uno de los vídeos más recordados de su carrera. Mercury contaría después que era así, «como el gran farsante», como se sentía sobre el escenario.
«Oh, sí, soy el gran farsante, simulando que lo hago bien, mi necesidad es tal que aparento demasiado, estoy solo pero nadie lo diría», cantaría al público, en una letra que merece la pena leer en inglés para entender la dimensión de la canción como manifiesto personal.
Justo tras «The great pretender», se manifestó en sus grabaciones su gusto por la ópera, que cuajaría en «Barcelona», el célebre dueto con Caballé. Con este tema, inclasificable en su estilo, pondría sintonía a los Juegos Olímpicos de la Ciudad Condal, aunque él nunca llegara a verlo. Falleció el 24 de noviembre de 1991, a unos meses del evento, por una neumonía que contrajo a causa del sida.
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