11/08/2016/Panorama/AJV
Ya son 87 años desde que se publicó la primera edición de una novela que se convirtió en –pudiera decirse– “la biblia del llano”: Doña Bárbara, escrita por Rómulo Gallegos y publicada por Editorial Araluce el 11 de agosto de 1929.
Como bien lo dijo el propio autor en una oportunidad: “Yo escribí mis libros con el oído puesto sobre las palpitaciones de la angustia venezolana”, y ese sentir quedó reflejado en Doña Bárbara, una pieza que simboliza la lucha entre la civilización y la barbarie, a través de sus protagonistas: Santos Luzardo y Doña Bárbara.
Leída con voracidad en Hispanoamérica, el éxito de Doña Bárbara salvó a Rómulo Gallegos del inmenso riesgo político que le auguraba una fatalidad inminente.
“El año 1929 pasó a la historia como la fecha de publicación de un gran clásico de la literatura venezolana, apenas la tercera obra de un novelista que aún tenía todo por decir a sus 45 años —expone la especialista en letras venezolanas Mireya Vásquez Tortolero—. También era el fin de una década más en que el general Juan Vicente Gómez continuaba atrincherado en la silla del poder como amo y señor de un país latifundista, cuyo subsuelo se revelaba como una verdadera fuente de combustible que comenzaba a derramar una riqueza incuantificable”.
Gómez, olfateando que el fondo de la novela arrojaba más leña al fuego de la oposición política que intentaba derrocarlo, respondió al autor con inteligente ironía: nombró a Gallegos senador del estado Apure, justificándose en que en dicho territorio transcurrían las maldades literarias de la devoradora de hombres, como si esa circunstancia fuese suficiente para que intelectual caraqueño se involucrara con la problemática derivada de la ley del llano y pudiese probarla desde su propia experiencia.
Gallegos, sin dudarlo, no tardó en exiliarse en Nueva York, ciudad comiéndose los panes duros de la depresión financiera, y solo volvería al país cuando la muerte del generalísimo, ocurrida el 17 de diciembre de 1935, le aseguraba respirar en paz.
Gallegos, nacido el 2 de agosto de 1884, nunca olvidaría el Apure. Emprendiendo el proyecto novelístico titulado “las novelas de la tierra”, donde analizaría las problemáticas regionales del país más pujante del continente, llegó al corazón de llano hacia 1927 en busca de historias.
Verdades detrás de la leyenda, Rómulo Gallegos se encontró en San Fernando de Apure con el poeta cumanés Andrés Eloy Blanco, quien se desempeñaba como abogado a las órdenes de Pancha Vásquez, una terrateniente de guáramos forjados por miles de amarguras; amazona armada hasta los dientes, agresiva como una leona y beneficiaria de un pacto con el diablo, “era la verdadera doña Bárbara antes de que doña Bárbara se convirtiera en el famoso personaje literario —escribió Andrés Eloy Blanco en sus memorias—. Fui el abogado de esa mujer oscura, como el puñado de tierra mojada antes de que la mano creadora realizara la milagrosa transformación de barro en carne”.
“El poeta narró al novelista la extraordinaria vida de esa mujer y el novelista supo ver en dicha anécdota un desiderátum del alma venezolana —describe el sociólogo Enrique Viloria Vera—: ese despotismo del más bravo, capaz de dominar a través del miedo, quitar obstáculos con el remedio infalible de la muerte y cuyo poder corrompía a todos, hurtaba libertades, avanzaba por un camino de injusticias e invocaba fuerzas oscuras del más allá, todo en oposición al nuevo idealismo de las leyes que proponía el bien común en igualdad de derechos y obligaciones”.
Gómez, quien no sabía leer pero ordenaba que un cadete le leyera todo cuanto se publicaba, disfrutó de Doña Bárbara, cuyo comienzo inicia: “Un bongo remonta el Arauca bordeando las barrancas de la margen derecha”, y, antes de llegar a la página final entendió el paralelismo de la novela. “Si bien Gallegos eludió cualquier referencia directa al dictador del Táchira y cambió durante la primera impresión el título La coronela por el nombre de la protagonista, todos los crímenes perpetrados por esa mujer bravía eran atribuibles al hombre más poderoso del país”, concluye el historiador Daniel Terán Solano.
A su vez, esos bachilleres que cambiaban la producción agrícola por oficios especializados eran portadores de los pilares de una civilización más justa, libre y humana, héroes bajo el arquetipo de Santos Luzardo, quienes estaban destinados a ayudar a los hijos de la barbarie, ahora sucumbiendo al hambre y a la ignorancia, llorando bajo el nombre de Marisela. Terán Solano recuerda que esos personajes cuentan con monumentos y parques nacionales en Apure, siendo hermosas joyas turísticas que vale la pena visitar.
Novelista ganado a la política, Gallegos fundó el partido Acción Democrática; participó en el golpe de estado de 1945; fue el primer presidente de Venezuela electo por sufragio universal, directo y secreto y, sentado en la silla presidencial, intuyó el coraje de Juan Vicente Gómez para mantenerse en el poder, pese al alzamiento de continuas fuerzas adversas a las que Gallegos sucumbió en menos de un año; tras sufrir el golpe de estado de 1948, debió exiliarse hasta la caída de Marcos Pérez Jiménez, una década después; en 1960, además de ser nominado al premio Nobel de literatura, fue elegido primer presidente de la recién creada Comisión Interamericana de Derechos Humanos, órgano de la OEA en Washington.
Cuando murió en Caracas, el 5 de abril de 1969, era una institución. “El premio homónimo, creado bajo la presidencia de Raúl Leoni, le permitió a Gallegos conocer a la próxima generación de escritores latinoamericanos de envergadura como Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, escritores dedicados a explorar la problemática urbana de los países latinoamericanos, escrita con las técnicas de la vanguardia literaria universal y emancipados de la visión regionalista de escritores como Rómulo Gallegos, Ricardo Güiraldes y José Eustasio Rivera —expone el crítico y escritor venezolano Sixto Parra—. Sería García Márquez quien se inspiraría en Juan Vicente Gómez para crear al dictador de El otoño del patriarca, un proyecto políticamente inimaginable por Gallegos”.
Doña Bárbara, traducida desde entonces y versionada por el cine mexicano con éxito de taquilla, se convirtió en un personaje universal; representaba esa fuerza brutal y avasallante de la naturaleza que solo la inteligencia humana domina y dirige hacia el bien social.
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