03/08/2025/Victor Gómez, El Crepuscular/imdb.com
La cuarta entrega de la icónica saga “Hellraiser” no solo trasciende el tiempo, sino también el espacio. “Bloodline” (1996), dirigida bajo el seudónimo Alan Smithee, representa un experimento audaz que entrelaza tres épocas —Francia del siglo XVIII, Estados Unidos en los noventa, y una estación espacial en el año 2127— para narrar el legado maldito de la familia LeMarchand y su vínculo con la Configuración del Lamento, la caja que abre las puertas al infierno.
A través del personaje de Pinhead, interpretado por Doug Bradley, y la inquietante presencia de Angelique, el filme recorre temas como la obsesión humana por el control, el poder destructivo del deseo y la imposibilidad de escapar del pasado. La historia se estructura como un rompecabezas narrativo, donde cada generación del linaje LeMarchand enfrenta las consecuencias de aquel objeto maldito —una metáfora visual de la herencia del pecado.
Aunque el estudio Miramax recortó escenas clave y modificó el montaje original, lo que provocó la renuncia del director Kevin Yagher, “Bloodline” se mantiene como una cápsula de cine experimental dentro del terror comercial de los noventa. Su osadía al mezclar horror gótico con ciencia ficción la convierte en una rareza que anticipa las fusiones narrativas de las décadas siguientes.
Más que una secuela, “Hellraiser IV” es un testamento a la ambición creativa: un intento de encapsular el infierno en la vasta geometría del tiempo.
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