23/07/2016/BBC Mundo
En algunas áreas remotas del sur de Malawi es tradición que las niñas tengan relaciones con un trabajador sexual de pago, conocido como «hiena», una vez alcanzada la pubertad.
Los ancianos de los pueblos no consideran el acto una violación, sino un ritual de «limpieza».
Eric Aniva muestra la raíz con el que prepara el brebaje que toma antes de cada ritual de «limpieza» sexual.
Sin embargo, tiene el potencial contrario, el de ser una vía para propagar enfermedades,según explica en el siguiente artículo el periodista de la BBC Ed Butler desde el país africano.
Me encuentro con Eric Aniva en el polvoriento patio de su rústica casa de tres cuartos en Nsanje, un distrito del sur de Malawi, mientras las cabras y las gallinas buscan comida entre la basura.
Luce una camisa verde y sucia, camina con una pronunciada cojera que sufre desde niño, según cuenta, y me saluda con entusiasmo.
Diría que le gusta la atención de la prensa.
Aniva es, a decir de todos los habitantes, la preeminente «hiena» de este pueblo.
El de «hiena» es un título tradicional que en varias áreas remotas del sur de Malawi se otorga a un hombre al que la comunidad paga para que lleve a cabo rituales de «limpieza» sexual.
En varios distritos, a este rito suelen tener que someterse mujeres que quedaron viudas o aquellas que sufrieron un aborto.
Sin embargo, aquí en Nsanje, son las adolescentes quienes, después de haber tenido su primera menstruación, deben tener relaciones sexuales con la «hiena» durante tres días.
Este ritual marca su paso de la infancia a la edad adulta.
Y en caso de que se nieguen a someterse a ello, se cree que su familia, incluso el poblado entero, podría caer en desgracia.
«La mayoría con las que dormí fueron niñas, niñas en edad escolar», me reconoce Aniva.
«Algunas tienen tan solo 12 o 13 años, aunque yo las prefiero mayores», dice.
«Todas estas chicas encuentran placer en tenerme como su hiena. De hecho, están orgullosas de ello y le dicen a la gente que éste -él mismo- es un hombre de verdad, que sabe cómo darle placer a una mujer».
Pero a pesar de sus alardes, varias niñas a las que conozco en un poblado aledaño me muestran su aversión ante la dura prueba por la que tuvieron que pasar.
«No había nada que pudiera hacer. Tenía que someterme a ello por el bien de mis padres», me cuenta una de ellas, María.
«Si me hubiera negado mis familiares habrían enfermado, incluso muerto. Y eso me asustó», cuenta.
Estas niñas me contaron además que a todas sus amigas las habían obligado a tener sexo con la hiena.
Aniva parece tener unos 40 años -habla de su edad con imprecisión- y tiene dos esposas, ambas conscientes de su trabajo.
Afirma haber tenido relaciones sexuales con 104 mujeres y niñas.
Aunque esa misma cifra fue la que le mencionó a un diario local en 2012, por lo que sospecho que hace tiempo perdió la cuenta.
El hombre, que él sepa, tiene cinco hijos.
Aunque no está seguro de si ha dejado embarazadas a más mujeres o niñas.
Me explica que es una de las 10 hienas de su comunidad y que requieren sus servicios en cada uno de los poblados del distrito de Nsanje.
Les pagan entre US$4 y US$7 por sesión.
A una hora en coche carretera abajo, me presentan a Fagisi, Chrissie y Phelia.
Las mujeres, en su cincuentena, son las custodias de las tradiciones de iniciación de su aldea.
Su tarea es organizar a las adolescentes en campamentos cada año e instruirlas en sus labores de esposas y en cómo satisfacer sexualmente al marido.
La «limpieza sexual» con la hiena es la etapa final del proceso.
Y son los padres de las niñas los que acceden voluntariamente a que sus hijas sean sometidas a la prueba, me cuentan las mujeres.
Es necesario «para evitar infecciones en la familia y en el resto de la comunidad», subrayan.
Ante esto, les planteo que, al contrario, estas «limpiezas» podrían ser la vía para la propagación de enfermedades.
Y es que, según marca la costumbre, la hiena no debe usar preservativo.
Aunque las custodias aseguran que la hiena en cuestión se selecciona por su buena moral, y que por lo tanto no puede estar infectado con el VIH ni tener sida.
Pero dada la naturaleza de esta práctica, el riesgo de contagio del virus en la comunidad es evidente.
De hecho, la Organización de Naciones Unidas calcula que uno de cada 10 habitantes de Malawi porta el virus.
Así que le pregunto a Aniva si es portador del VIH y su respuesta me deja de hielo:
Sí, tiene el virus, pero no se lo menciona a los padres de las niñas con las que debe tener sexo cuando lo contratan.
Aunque pronto me dice que ya no hace tantas «limpiezas» como antes.
«Aún hago algún que otro ritual aquí y allí, pero lo estoy dejando».
Los que están involucrados en estos ritos saben que son muchas las voces que condenan la costumbre.
No sólo la desaprueban las organizaciones no gubernamentales y la iglesia, también lo hace el gobierno.
De hecho, las autoridades lanzaron recientemente una campaña contra lo que denominaron «las prácticas culturales dañinas».
«No vamos a condenar a esta gente» que está envuelta en los rituales de las hienas, dice May Shaba, del Ministerio de la Igualdad de Género, la Infancia, la Discapacidad y el Bienestar Social.
«Pero les vamos a dar la información que necesitan para cambiar esas prácticas».
Me cuenta que los padres con un nivel educativo más alto ya decidieron no contratar a una hiena.
Pero las custodias con las que hablo se muestran desafiantes.
«No hay nada mal con nuestra cultura», me dice Chrissie.
«Si miras la sociedad de hoy, verás que las niñas no son responsables. Así que tenemos que instruir a nuestras niñas, para que no se pierdan, para que (en el futuro) sean buenas esposas y tengan a sus maridos satisfechos, y así nada malo les pase a sus familias».
De acuerdo a Clause Boucher, un cura católico francés que lleva 50 años viviendo en Malawi y es un notable antropólogo, los rituales con hienas se remontan a siglos atrás.
Derivan de las creencias ancestrales sobre la necesidad de introducir a las niñas en la edad adulta por medio de un acto sexual, explica el experto.
En el pasado, cuando la niña no alcanzaba la pubertad hasta los 15 o 16 años, el ritual era llevado a cabo por un hombre al que la familia había seleccionado como futuro marido de ella, prosigue.
Pero hoy suele involucrar a un trabajador sexual, una hiena, y no es considerado nada vergonzoso, indica.
Boucher señala que en áreas del sur del país se resisten con tenacidad a los esfuerzos del gobierno y las organizaciones para terminar con esta «sexualización de las niñas«.
Y se hace a pesar de 30 años de epidemia del sida.
Pero en otras zonas del país, sobre todo en los alrededores de la capital Lilongwe o en Blantyre, el centro financiero del país y la segunda ciudad más importante, la «limpieza sexual» es una costumbre prácticamente extinta.
En el distrito central de Malawi, en Dedza, sólo las mujeres viudas o las que se cree infértiles se someten al ritual de la hiena.
Pero a pesar de ello la inkosi o jefa suprema Theresa Kachindamoto, quien ejerce su autoridad no formal sobre unos 900.000 habitantes, ha hecho de la lucha contra esa tradición una prioridad personal.
Y está tratando de convencer a los líderes tradicionales de otras regiones para que se unan a ella en ese esfuerzo.
Así, en algunos distritos, entre ellos el oriental Mangochi, las ceremonias están siendo adaptadas y se empezó a sustituir el sexo por una unción.
En Nsanje, sin embargo, no se hace mayor esfuerzo para traer el cambio en ese sentido.
Además, siendo Malawi uno de los países más pobres del mundo y con reportes de un hambre creciente en zonas rurales, no es una prioridad para los políticos.
En una remota aldea conozco a una de las dos esposas de Aniva, Fanny, quien carga a su hija menor, un bebé.
Ella misma, cuando quedó viuda, tuvo que pasar por un ritual de «limpieza» con Aniva.
Y poco después se casaron.
Hoy su relación parece tensa.
Sentada junto a su marido, me reconoce tímidamente que odia lo que él hace, pero que gracias a ello trae los ingresos necesarios.
Le pregunto si cree que en unos diez años su hija, hoy un bebé de apenas dos años, se tendrá que someter al ritual de la hiena.
«No quiero que eso pase», responde rápido.
«Quiero que esta tradición se termine», añade.
«Nos obligan a dormir con las hienas. No es de nuestra elección y me parece algo muy triste para las mujeres«.
Entonces, le pregunto: «¿Lo odiaste cuando te pasó?».
«Todavía hoy lo odio», contesta.
Y cuando interpelo a Aniva sobre si quiere o no que su hija pase por un ritual de «limpieza» sexual, me sorprende:
-No, mi hija no. No puedo permitirlo. (Y por ello), ahora estoy luchando para que esta mala práctica termine.
-Entonces, ¿luchas contra ella pero la sigues practicando tú mismo?
-No, como te dije, lo estoy dejando.
-¿De verdad?
-Seguro. De verdad. Lo estoy dejando.
Fanny, una de las dos esposas de Eric Aniva (en la imagen, sentada junto a él y con un bebé en brazos), dice que no le gusta la tradición de las «hienas».
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