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Huracán saca a la luz brecha entre ricos y pobres en PR

28/10/2017/AP

Carpas instaladas de un lado de la Laguna de Condado por personas que se quedaron sin vivienda tras el paso del huracán María. Del otro lado de la laguna se observan edificios del exclusivo Paseo Caribe de San Juan, donde la gente pudiente cuenta con generadores de electricidad y agua potable, y lleva una vida casi normal. El temporal no hizo distinción entre ricos y pobres, pero la recuperación de los daños es otra historia. Foto del 23 de octubre del 2017. (AP Photo/Carlos Giusti)

El huracán María no hizo distinción entre ricos y pobres cuando azotó Puerto Rico. Pero la recuperación de la isla es otra historia.

Buena parte de Puerto Rico seguía sin luz el miércoles, más de un mes después de la tormenta. Los residentes más ricos, no obstante, tienen agua embotellada y generadores de electricidad que les permiten disfrutar de aire acondicionado, o han iniciado unas largas vacaciones afuera de la isla, mientras que los sectores más pobres combaten los mosquitos bajo un calor abrasador y luchan por conseguir agua.

“No tengo dinero. Soy un poco sordo. Por eso es muy difícil salir y buscar otra casita. Así que estoy aquí, esperando a que mi hermana me encuentre”, expresó Efraín Díaz Figueroa, de 70 años y quien duerme en un colchón húmedo en lo que queda de la casa de su hermana, tratando de alejar los mosquitos. Un cartel cerca suyo dice, “no nos roben”.

Puerto Rico tiene uno de los índices de desigualdad más altos del mundo, según José Carballo, presidente de la Asociación de Economistas de la isla. Más del 40% de su población vive por debajo del nivel de pobreza y decenas de miles de personas no tienen trabajo. Para ellos, la vida es cada día peor.

“María exacerbó las desigualdades que vemos en Puerto Rico, sobre todo entre quienes viven en la zona metropolitana y la gente del interior”, expresó Carballo.

Este territorio estadounidense de 3,4 millones de habitantes ya enfrentaba una recesión que lleva más de una década antes de la tormenta y trataba de reestructurar partes de su deuda pública de 73.000 millones de dólares. El ingreso promedio anual es de 19.500 dólares, mientras que en el resto de Estados Unidos es de más de 58.000 dólares.

La línea entre la pobreza y la clase media ya se estaba haciendo más difusa. Más de una docena de familias perdían sus viviendas cada día al no poder pagarlas. El desempleo era del 10%, tres veces el de la parte continental.

“Y entonces llega María”, dijo Carballo. “Ahora esas personas viven como indigentes. No tienen un techo, no tienen agua, se preocupan de las cosas más básicas, como la comida”.

La tormenta de categoría 4 fue una de las más devastadoras que ha vivido la isla y mató a más de 50 personas. Arrancó árboles enormes, destruyó el tendido eléctrico de toda la nación, demolió una cantidad de casas y causó grandes destrozos en miles más. Aproximadamente el 70% de las personas tienen ahora agua corriente, pero todavía deben hervirla o tratarla para poder beberla. El gobernador Ricardo Rosselló se comprometió a que para el 31 de diciembre el 95% de las viviendas ya tengan luz. Por ahora solo el 30% cuentan con servicio eléctrico.

En algunas partes de la isla todo parece normal. En zonas como los barrios caros de San Juan hay mercados de productos orgánicos que venden verduras y agua fría, aunque algunos limitan la cantidad que puede comprar la gente. En restaurantes y edificios de departamentos se escucha el zumbido de generadores. La luz va y viene en los rascacielos de noche. La gente saca a pasear sus perros en calles limpias, trota luciendo atuendos caros temprano en la mañana y sale a cenar en restaurantes parcialmente iluminados.

“Estamos bien”, dentro de lo relativo, dijo Jesús González, de 43 años. En su edificio hay un generador que da luz en la noche y los residentes cubren el costo. Tienen acceso a máquinas de lavar ropa, por lo que no le importa si suda en el gimnasio.

Cuando se rompió el generador en la casa de la doctora Linette Pérez en el exclusivo barrio de Guaynabo, con su esposo y su hijo se alojaron en un hotel de lujo por tres días. Su casa sufrió daños menores, aunque la vivienda que tienen en la playa sí registró destrozos. La familia contempla la posibilidad de irse a Estados Unidos, como han hecho decenas de miles de personas.

“La planta eléctrica se quemó de usado (de tanto uso)”, dijo Pérez. “Y no pudimos comprar otra lo suficientemente grande para la casa. Así que vinimos (al hotel) para relajarnos”.

Para otros, en cambio, la visa es cada vez más desesperante, en particular afuera de la ciudad, donde ha sido más difícil llevar ayuda a sectores aislados por la rotura de puentes y deslizamientos de tierra. Las horas se hacen más largas porque deben lavar la ropa a mano, ingeniárselas para conseguir comida y agua, y encontrar tiempo para limpiar los escombros de sus viviendas.

Cerca de Vega Baja, en una región montañosa 40 kilómetros (25 millas) al oeste de San Juan, Dolores Gonzales, de 63 años, se pasa horas tratando de conseguir agua. Maneja por peligrosos caminos de montaña con árboles y enormes postes del tendido eléctrico caídos. Acumula el agua de la lluvia y usa agua de un arroyo cercano para lavar la ropa, pero no confía mucho en ella.

“El agua cercana está llena de animales muertos y desechos”, manifestó. “Tengo miedo de bañarme. No quiero infecciones.”

Su nieto Emanuel Ramos no trabaja desde la tormenta y su familia, que incluye cuatro niños pequeños, permanece con ella en una casa húmeda y llena de goteras.

“No hay trabajo. No puedo trabajar”, señaló. “Así que es como vivir en el pasado”, desafiando la naturaleza.

El gobierno es el principal empleador de la isla y otras fuentes importantes de trabajo son industrias como la farmacéutica, la textil y la electrónica. Pero las empresas modernas dependen de la electricidad y las redes de comunicaciones.

En Caguas el empresario Ricky Canto no tiene luz ni agua potable. Sus familiares permanecen en su casa. Pero este hombre de 54 años cuenta con un destilador portátil que limpia el agua de su piscina y con un gran generador que le cuesta hasta 500 dólares a la semana. Canto, quien maneja una Ferrari plateada de 250.000 dólares, puede darse esos lujos. Pero sabe que sus empleados no pueden hacerlo.

“Hay que poner a funcionar todos los sistemas pronto”, sostuvo. “La gente necesita trabajar”.

Algunos, como Moisés Valentín, de 63 años, han estado reciclando latas para salir a flote, buscando comida en pilas de basura hedionda. El techo de su departamento sufrió tantos daños que la vivienda quedó inutilizada. Lloró al ver los destrozos mientras miembros del Cuerpo de Ingenieros del Ejército estadounidense instalaban un techo temporal.

“Hasta que llegó María, no me sentía pobre”, afirmó.

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