27/06/2016/U.S. Navy/RT/David Romero
Este año se cumple medio siglo del mayor accidente con pérdida de armas nucleares de la historia. Ocurrió en la provincia de Almería, en el sur de España. La radiación emitida por la catástrofe aún sigue cobrándose vidas.
«EE.UU. no solo no había respetado a la población de la zona, que no fue evacuada ni mínimamente protegida, sino tampoco a sus propios soldados»
Una reciente investigación llevada a cabo y publicada por el diario estadounidense ‘The New York Times’ revela que, tras haber localizado a 40 militares que participaron en la descontaminación de la playa de Palomares (Almería, España) tras la caída accidental de cuatro bombas termonucleares, han constatado que al menos 21 de ellos sufren cáncer y otros 9 ya habrían muerto por esta misma enfermedad.
El 17 de enero de 1966 cayeron sobre la playa de Palomares, que pertenece al municipio almeriense de Cuevas del Almanzora, las cuatro bombas termonucleares de 1 MW que portaba el bombardero estratégico B-52. Era la consecuencia de una mala maniobra de repostaje en vuelo. Cada una de esas bombas tenía un potencial destructivo 70 veces mayor que las que pulverizaron Hiroshima y Nagasaki.
«Cada una de esas bombas tenía un potencial destructivo 70 veces mayor que las que pulverizaron Hiroshima y Nagasaki»
No se produjo una explosión nuclear, pero «una cayó al mar y otra vio su caída amortiguada por el paracaídas, mientras que las otras dos impactaron sobre el suelo, lo que motivó que detonara su explosivo convencional y que el plutonio que contenían ardiera y se dispersara por el territorio en forma de aerosol», tal como explica un artículo de la ONG Ecologistas en Acción, publicado con motivo del 50 aniversario de esta catástrofe. «Tras la caída de las bombas se realizó una operación rápida de limpieza con la que se retiró la contaminación más superficial. Se trataba de reducir en la medida de lo posible la radiactividad ambiental, sin complicarse mucho, evitando que cualquiera pudiera conocer detalles sobre las características de las bombas». Entre los operarios que llevaron a cabo con sus manos aquella limpieza superficial estaban los 40 militares de los que habla el periódico neoyorquino, la mayoría de los cuales ha desarrollado cáncer.
«Se trataba de reducir en la medida de lo posible la radiactividad ambiental, sin complicarse mucho, evitando que cualquiera pudiera conocer detalles sobre las características de las bombas»
Falta de respeto de EE.UU.
Según Francisco Castejón, físico nuclear, portavoz de Ecologistas en Acción y también una de las personas más implicadas en la reparación del daño sufrido en Palomares, la investigación publicada en ‘The New York Times’ no es ninguna sorpresa: «En absoluto. Uno de los asuntos que queda claro a la vista de lo ocurrido es que EE.UU. no solo no había respetado a la población de la zona, que no fue evacuada ni mínimamente protegida, sino tampoco a sus propios soldados. Estaban deficientemente equipados y no sabían a qué se enfrentaban; andaban buscando restos por la zona con unos simples guantes y unas simples mascarillas de cirugía, que es un equipo absolutamente insuficiente ante la radiación».
Lo que explica Castejón a partir de aquí resulta profundamente desolador: «Esos soldados eran carne de cañón. Bastantes de ellos eran negros o latinos, y por eso sufrían una baja consideración en el ejército. Durante las operaciones de limpieza iban marcando las zonas contaminadas con banderolas y cuando había viento la contaminación se desplazaba y ellos tenían que ir a cambiar las banderolas, es decir, pasaban por zonas contaminadas una y otra vez».
El diario ’20 minutos’, que también se hace eco de la investigación publicada por ‘The New York Times’, ofrece un testimonio desgarrador: «La Fuerza Aérea también alimentaba a sus tropas con tomates de la zona contaminada que la sociedad española se negaba a comer. ‘Desayuno, comida y cena. Los teníamos hasta hartarnos’, cuenta Wayne Hugart, 74 años, y que servía como policía militar. ‘Nos decían que no estaban malos’, añade».
«Esos soldados eran carne de cañón»
Estando al corriente de esto, es normal que Francisco Castejón no se sorprenda por lo publicado acerca de los soldados norteamericanos enfermos de cáncer, aunque admite que «es verdad que hasta ahora nadie se había ocupado de este tema. Nosotros habíamos denunciado ese peligro pero no habíamos tenido acceso a esta información». De hecho, en lo realmente importante, la situación es la misma: nadie se ocupa de este tema. Según recoge también ’20 minutos’, ni siquiera el ejército de EE.UU. se hace cargo. Así lo demuestra el caso del veterano Frank B. Thompson, que colaboró en la limpieza de Palomares y ahora tiene que costearse su propio tratamiento médico frente a la indiferencia de las autoridades militares norteamericanas: «Thompson tiene hoy 72 años, y lidia con un cáncer de hígado, pulmón y riñón. Su tratamiento médico le cuesta 2.200 dólares al mes (1.900 euros) y sería gratis si la Fuerza Aérea le reconociese que fue víctima de la radiación en Palomares».
Y es que, según el mismo diario, «durante los últimos 50 años la Fuerza Aérea ha sostenido que no hubo radiación dañina en el lugar del accidente, donde se registraron, dice, niveles de contaminación mínimos, además de asegurar que las 1.600 personas que participaron en la limpieza la zona se protegieron con estrictas medidas de seguridad». Si es cierto lo que nos cuenta Francisco Castejón acerca de las condiciones de trabajo de aquellos soldados, la noción que el ejercito estadounidense tiene de «estrictas medidas de seguridad» es, como mínimo, muy deficiente.
«Durante los últimos 50 años la Fuerza Aérea ha sostenido que no hubo radiación dañina en el lugar del accidente»
El silencio negligente de España
Sin embargo, esta indiferencia no es patrimonio único de EE.UU. en este asunto. Tal como Ecologistas en Acción denuncia en un artículo firmado por el propio Francisco Castejón junto al abogado Jose Ignacio Domínguez y el activista Igor Parra, «EE.UU. se ha desentendido del problema de la contaminación de Palomares y, como revelan los cables de Wikileaks, el Estado español tampoco ha realizado una presión muy fuerte para evitarlo». Alegan también que ninguna de las instituciones pertinentes en España se ha involucrado: «Ni el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN), encargado de la protección radiactiva de la población, ni Enresa, encargada de la gestión de los residuos radiactivos en nuestro país. Ni, por cierto, ningún Gobierno hasta el momento. Así que el plutonio de Palomares ha sobrevivido a la dictadura de Franco y a los gobiernos de Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar, Zapatero y Rajoy».
Para la memoria queda el gesto efectista y más bien folclórico con el que se pretendió calmar a la población local de entonces: el ministro franquista Manuel Fraga bañándose en la playa de Palomares junto al embajador de EE.UU. y el jefe de la región aérea del Estrecho. El video es un fragmento del Nodo, el noticiario oficial de la España de Franco:
La imagen vale como resumen del tipo de gestión que las autoridades españolas y norteamericanas hicieron del asunto. A este respecto, desde Ecologistas en Acción señalan que «hoy en día aún nos preguntamos por qué no se evacuó la zona tras el accidente y por qué no se descontaminó totalmente el territorio antes de permitir que la población volviera. Esto solo lo podemos entender considerando que Franco estaba en el poder y que no quería incomodar a sus amigos americanos».
«Esto solo lo podemos entender considerando que Franco estaba en el poder y que no quería incomodar a sus amigos americanos»
Cuando le preguntamos por el impacto real de este incidente en la salubridad de la zona de Palomares, Francisco Castejón nos revela cosas aún más inquietantes: «La radiación de Palomares se ha convertido en un experimento en sí misma. No hay que olvidar que uno de los que se encargó de supervisar aquello fue el doctor Lanham, también conocido como el ‘Doctor Plutonio’, que estuvo obteniendo datos sobre los efectos de la radiación en las personas afectadas, sobre los soldados y sobre la población. Anteriormente había llevado a cabo otros experimentos, en los que llegó a inyectar plutonio a presidiarios… en fin: lo cierto es que hoy no se sabe cuál fue el impacto de la radiación en la población de entonces, porque las fichas médicas de los pacientes desaparecieron del archivo de la antigua Junta de Energía Nuclear (actual CIEMAT) en los años 80. Esas fichas habrían permitido extraer información sobre los efectos de la radiación en la salud de la población local, pero desaparecieron. Tras el accidente, por la Junta de Energía Nuclear pasaban entre 150 y 200 personas al año para hacerse análisis de contaminación. Y los resultados quedaban registrados en sus fichas… y ahora esas fichas ya no existen». Sobre si hay alguna hipótesis para su desaparición, responde que «no tenemos ni idea». «Simplemente se nos ha dicho que no están, que se han perdido. Es algo bastante llamativo, claro».
Palomares sigue sin solución concreta, y el tiempo corre en contra
De acuerdo con Ecologistas en Acción, «el territorio de Palomares sigue siendo el lugar más contaminado por plutonio de Europa». Y precisan: «Los estudios realizados por el CIEMAT han mostrado que existe en la zona medio kilo de plutonio distribuido en una extensión de la tierra contaminada de unas 60 hectáreas, en cuatro zonas. La contaminación llega en algunos lugares hasta profundidades de 6 metros y, en total, habría que remover unos 50.000 metros cuadrados de tierra para limpiar el territorio».
«La contaminación llega en algunos lugares hasta profundidades de 6 metros y, en total, habría que remover unos 50.000 metros cuadrados de tierra para limpiar el territorio»
Remarcan que para ello «sería necesaria una posición firme frente a EE UU que les demostrara la voluntad del Estado español para que se resolviera el problema de Palomares de una vez por todas. Y es aquí donde hemos encallado. Esta voluntad ha faltado y sin ella no es posible forzar a los norteamericanos a que limpien la zona, sobre todo teniendo en cuenta que esto supone un precedente para las otras 39 zonas contaminadas del planeta por accidentes similares al de Palomares. EE.UU. teme, sin duda, que tenga que hacerse cargo de los residuos generados en los otros casos de ‘broken arrow'».
Por ahora, el mayor avance consiste en un acuerdo firmado por el ministro de Asuntos Exteriores Español, Jose Manuel García-Margallo, y el secretario de Estado norteamericano, John Kerry. Francisco Castejón nos explica por qué no es suficiente: «Más que un acuerdo es una declaración de intenciones. En este acuerdo no se fijan plazos, no se fija la metodología y cualquiera de las partes puede echarse atrás en cualquier momento». Al menos reconoce que «tiene un par de elementos positivos: fija el límite de contaminación dejada en tierra para que las dosis radiactivas que hipotéticamente reciba la población sean aceptables y se mantengan por debajo de los límites legales, y también EE.UU. en este documento se compromete a llevarse la tierra contaminada».
«En este asunto el tiempo juega totalmente en contra»
Castejón cree que actualmente «no es tan peligroso vivir en Palomares, porque las tierras contaminadas están valladas, pero podría volver a serlo por dos motivos: por un lado, la contaminación se va dispersando a causa del viento, del agua y de los animales que puedan entrar y salir del terreno vallado… y por otro, ocurre que un isótopo del plutonio se acaba transformando en americio 241, que es mucho más radiotóxico, y según avanza el tiempo, aumenta la peligrosidad. Así que en este asunto, el tiempo juega totalmente en contra».
Ecologistas en Acción se ha dirigido directamente al embajador de EE.UU. en España, James Costos, para plantearle la urgencia de la situación. Ha habido ya demasiado silencio, demasiada ocultación, demasiada desinformación, y ya empieza a hacerse tarde en Palomares. El embajador no ha dado respuesta alguna aún. Y es grave, porque en situaciones como esta, el silencio también se convierte en un agente tóxico.
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