26/09/2016/EL PAÍS
A partir de ahora, los amantes de las efemérides que rastreen en hemerotecas, bibliotecas o buscadores de Internet qué ocurrió un 26 de septiembre de 2016 se toparán con uno de esos acontecimientos icónicos que deberían marcar el antes y un después en la historia de un país, también de un continente. El Gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC han firmado la paz después de 52 años de guerra, cerca de ocho millones de víctimas, más de 260.000 muertos, decenas de miles de desplazados. «En nombre de las FARC-EP ofrezco perdón a todas las víctimas del conflicto», con estas palabras ha concluido su discurso el líder de la guerrilla, alias Timochenko, que en el acto se ha presentado como Rodrigo Londoño, su nombre de civil. «Esa es la liberación que da el perdón. El perdón que no solo libera al perdonado, sino también –y sobre todo– al que perdona», ha dicho momentos después Juan Manuel Santos, el mandatario colombiano.
El fruto de cuatro años de intensas negociaciones en La Habana que cuenta con el respaldo unánime de la comunidad internacional se ha materializado la noche del lunes en una ceremonia solemne en la ciudad de Cartagena de Indias, pero al que aún le falta el beneplácito de los colombianos. Al plebiscito del próximo 2 de octubre se ha referido el presidente colombiano de manera constante durante su discurso: «Con su voto, cada colombiano tendrá un poder inmenso: el poder de salvar vidas».
Al acto ha asistido más de una decena de jefes de Estado de América Latina, de expresidentes como el español Felipe González, del rey emérito de España, del secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry… También de más de 2.500 invitados en la explanada del centro de convenciones desde la que asoma la bella ciudad amurallada del caribe colombiano. «Todo pacto de paz es imperfecto –porque se trata precisamente de un pacto, en el que las partes tienen que hacer concesiones–, pero sabemos que éste que hemos logrado es el mejor posible», ha asegurado Santos. «Yo prefiero un acuerdo imperfecto que salve vidas a una guerra perfecta que siga sembrando muerte y dolor en nuestro país».
Entre la élite nacional e internacional hay también un espacio, pequeño a tenor de lo sufrido, para los protagonistas de la historia que ha atravesado este país durante más de 50 décadas: las víctimas. Más de 200 de ellas han llegado en aviones desde Calí, Medellín y Bogotá, aunque muchas procedían del Caquetá, Putumayo, Huila, Antioquia, Nariño, lugares donde el conflicto armado ha sacudido sin tregua. «Qué bueno poder decir que este es un acuerdo que honra a las millones de víctimas del conflicto, protegiendo sus derechos a la verdad, a la justicia, a la reparación y a la no repetición», ha dicho Santos. Algunas han hablado, aunque nunca lo harán todo lo que se merecen. La paz, la que sellan Santos y Timochenko, si a alguien les pertenece es a ellos. Ninguno de los asistentes era la mitad de importante que Karen, Alberto, Luz Eneida, Esaud… representantes de un dolor que empieza a tocar a su fin.
El líder de las FARC, en un largo discurso, se ha referido al mandatario como «un valeroso interlocutor», no sin dejar de mencionar los duros momentos por los que ha pasado el proceso de paz, en concreto, con la muerte de uno de sus máximos responsable, Alfonso Cano. «Nuestra única arma será la palabra», ha asegurando Timochenko, «que nadie dude que vamos a por la política sin armas». La guerrilla lleva tiempo reafirmando su compromiso con lo pactado en La Habana: «Nosotros vamos a cumplir, esperamos que el gobierno cumpla».
El apoyo de la comunidad internacional tiene un componente importante de cara a la cita del próximo domingo. La ONU, por unanimidad del Consejo de Seguridad, se ha comprometido a verificar el cese al fuego bilateral y definitivo y el desarme de las FARC, que no se podrá prolongar más allá de seis meses. Es decir, en el primer trimestre de 2017 las FARC tienen que haber entregado su arsenal para poder iniciar su camino hacia la política de forma legal. El compromiso de los países de América Latina, de la Unión Europea, de Estados Unidos es total. Desde la semana pasada en la Asamblea General de la ONU hasta este fin de semana, las declaraciones de apoyo han sido continuas. De ahí que la victoria del ‘no’ en el plebiscito pueda suponer un revolcón no solo en el país, también en el exterior. ¿Se volvería a confiar como ahora en Colombia? ¿Qué pasaría con la misión de la ONU que ya trabaja sobre el terreno desde hace semanas?
El respaldo incondicional en el exterior contrasta con la férrea oposición a los acuerdos que hay en buena parte del país. Este mismo lunes, el expresidente Álvaro Uribe, el mayor exponente del ‘no’ en el plebiscito, ha participado en una protesta en Cartagena, respaldado por unas 2.000 personas, contra el acto que se va a celebrar horas después en la ciudad caribeña. Tanto él como el otro exmandatario partidario de rechazar lo pactado, Andrés Pastrana, pidieron recientemente a los líderes mundiales, a través de una carta, que no acudiesen a Cartagena ni participasen en actos a favor de la paz. La misiva fue completamente ignorada. El perfil bajo de la delegación de España –con el rey emérito y el ministro de Exteriores- ha sido el único contratiempo con el que no contaba la diplomacia Colombia, que confiaba, de puertas para adentro, con que al menos el rey Felipe asistiese a la ceremonia.
El Gobierno y las FARC pondrán en Cartagena, La Heroica, fin al horror de cinco décadas. Los países que durante años han visto con displicencia y cubrieron de estigmas a Colombia, saludan hoy el esfuerzo de las partes. Ahora, serán los colombianos quienes decidan si prefieren mirar a un futuro sin plomo o instalarse eternamente en el pasado.
La firma de la paz con las FARC en Colombia busca impulsar el ‘sí’
Es recurrente aludir al universo macondiano a la hora de hablar de Colombia. Muchas veces, resulta inevitable. Es el caso, por ejemplo de este lunes. Después de 52 años de guerra, cuatro de negociaciones y varios anuncios adscritos a la categoría de históricos, el presidente del Gobierno y el líder de las FARC firmarán, ante 13 jefes de Estado, casi una treintena de cancilleres y más de 2.500 invitados, el acuerdo para la terminación del conflicto armado más longevo del hemisferio occidental. En cualquier parte del mundo un momento así sería el punto de inflexión para el arranque de una nueva era. Salvo en Colombia, donde habrá que esperar una semana. El apretón de manos entre Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño, alias Timochenko, será, en definitiva, el punto álgido en la campaña por el ‘sí’ del plebiscito que deberá refrendar los acuerdos el próximo domingo. Solo entonces, se podrá pasar página en la historia.
Nunca una cita con tanto simbolismo ha estado cubierta por tamaño halo de incertidumbre. Las encuestas auguran una victoria del ‘sí’ en la consulta, pero la montaña rusa en que se han convertido los sondeos en el último mes, además de la falta de credibilidad después de casos como el Brexit en Reino Unido, no permite atisbar certidumbre. Cuando se lanzó la campaña por el plebiscito, el rechazo a los acuerdos con las FARC era superior; el anuncio de que se había alcanzado un pacto de paz con la guerrilla pegó un revolcón en las encuestas, a favor del sí, que se ha mantenido con hasta 30 puntos de ventajas en algunos sondeos. Esta última semana, la diferencia se ha visto reducida: según el sondeo de Opinómetro de Datexco, el 55,3% votaría a favor, mientras que un 38,3% se inclinaría por el ‘no’ y el 4,3% está indeciso.
En el Gobierno colombiano y en el entorno de las FARC cunde cierto nerviosismo de puertas para adentro. En el equipo negociador hay quien piensa que esta tendencia en las encuestas les favorece, porque consideran que movilizará a muchos partidarios del sí que no tenían claro si iban a ir a votar. En Colombia, como cualquier régimen presidencialista, la abstención es altísima. No obstante, este hecho, sumado a los pronósticos, asoma a los negociadores también a un escenario poco probable, pero no descartable, ideal para los detractores del proceso: una victoria del ‘sí’ por poco margen y sin alcanzar el umbral de los 4,5 millones de votos necesarios.
Ambas partes confían en que el acto de este lunes suponga un impulso para el ‘sí’, a modo de cierre de campaña. De hecho, hasta el próximo domingo no habrá una celebración que se le parezca ni por asomo a lo que se vivirá en Cartagena. A lo largo del fin de semana han ido llegando la mayoría de jefes de Estado y representantes de instituciones internacionales. Los miembros de las FARC se encuentran desde el sábado a una hora de la ciudad caribeña, en unas instalaciones alejadas de los focos, donde tienen previsto mantener una serie de encuentros bilaterales con muchos de los invitados.
La guerrilla llegó directamente desde su X Conferencia donde han conseguido trasladar una imagen cuando menos idílica después de décadas de atrocidades. Los negociadores del Gobierno, en cierta manera, vieron con buenos ojos el resultado del congreso fariano, ya que, siendo la primera vez que se abrían al público, no se dañó la imagen del proceso, un temor que sobrevolaba en los días previos.
La ciudad, sin duda el epicentro turístico del país, se ha blindado para acoger el mayor acontecimiento de la historia reciente de Colombia. La seguridad, sobre todo al interior de la ciudad amurallada es exhaustiva. La elección de Cartagena para la sede del acuerdo no ha sido baladí. Pese a que una parte de la ciudad está asociada como lugar de descanso de una élite del país, es, junto a Bogotá y Medellín, una de las pocas que goza con la suficiente infraestructura para albergar a tantos invitados de postín y medios de comunicación. Además, fuentes diplomáticas confirmaron que ha jugado un papel importante el hecho de que el presidente de Cuba, Raúl Castro, no podía viajar a la capital médica por recomendación médica debido a la altura de Bogotá, a 2.600 metros sobre el nivel del mar.
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