19/07/2017/elestimulo / MF
El señor Ernst Weitz salió de Polonia, justo antes de la invasión nazi. Vino a estas tierras a endulzarnos la vida. Con apenas 19 años se convirtió en aprendiz de confitero industrial en Viena —donde aprendió algunos de los secretos de lo que sería su oficio y pasión de vida. “Salí del canal de la mancha a Maracaibo huyendo de la guerra y nunca más pensé en regresar”.
Al Zulia llegó con un contrato pero pronto se mudaría a la capital: “Resulta que mis ex jefes en Viena se vinieron a Venezuela y cuando llegué a Caracas tenían la pastelería La Vienesa en Sabana Grande. Yo no sabía mucho de eso… lo mío eran los procesos industriales”. Sin embargo, al poco tiempo, Ernst pasaría a formar parte del equipo inicial de una gran industria de la confitería venezolana: Savoy.
“En el año 42 eran tres hermanos y un pequeño equipo. Todo era muy rudimentario y trabajábamos hasta 24 horas al día para lograr los primeros productos”, cuenta el señor Ernst quien estuvo en Savoy desde que las chocolatinas se vendían a locha y los llamaban “Napolitanos”.
El ‘Ping pong’ fue uno de los primeros éxitos. Comenzamos a venderlos en latas de dos kilos y medio y se vendían en las pulperías al detal. Pero al tiempo vimos que el producto americano se hacía en bolsita y con gran demanda. Comenzamos a trabajar la maquinaria para ese nuevo empaque. Cada producto era un reto… en Savoy trabajé en tres ocasiones pero siempre me tocaron las verdes”, señala divertido.
Desarrollar maquinarias, procesos, manejar temperaturas y empaques, resolver problemas y convertirlos en productos de consumo masivo fue su tiempo y su pasatiempo. “Ese era mi problema, para mí no era un trabajo era mi divertimento. No sé hacer otra cosa que no sea desarrollar productos, buscar soluciones, inventar cosas”, reflexiona Ernst a sus 90 años.
Y es así como este confitero polaco estuvo involucrado en el desarrollo de uno de los productos bandera de la Savoy, y que es hoy parte de la memoria gustativa criolla, el ‘Toronto’. “Creamos el proceso para darle a esa avellana, una cubierta de chocolate blando con pasta de avellana —primera cobertura que era muy dificultosa para trabajar y debíamos enfriar muy artesanalmente—, luego una segunda capa de chocolate y, por último, una de brillo pulido con un jarabe delgado…Una vez que estuvo desarrollado el proceso y la maquinaria, fue muy fácil pero llegar hasta allí no fue tan sencillo.”
Nunca lo es. Su experiencia lo hizo pasearse por la Marlon e involucrarse con otro tipo de productos y le tocó idear hasta la manera para lograr pelar los plátanos más fácilmente cuando los tostoncitos eran una novedad. “Trabajé hasta en el plan manicero en El Tigre con el grupo agroindustrial”. Una época de oro para el maní y el merey en el estado Anzoátegui, a mediados de los años 70.
Estuvo en Estados Unidos y en Europa aprendiendo con las grandes empresas sobre empaque y procesos y en ocasiones intentó independizarse. “‘Ernst se me sale el fondant por el fondo’, ‘Ernst se me fermenta la mermelada’… siempre que podía ayudaba a quienes consideraba mis amigos y siempre quedé contento al lograr dar con el problema. No estoy orgulloso de un producto en particular sino de las soluciones e inventos que incorporé. Es lo que me llena, no lo inventé pero lo hice, logré hacerlo…”.
Esfuerzos que no son chuchería, Ernst Weitz a pesar de su nombre y procedencia tiene mucho que ver con “el sabor venezolano”.
* El Señor Ernst Weitz falleció en el 2014.
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