16/07/2017/RT/LR
Mujeres que han vivido en carne propia los horrores cometidos por los terroristas del Estado Islámico han hablado con RT, arrojando luz sobre un conflicto que aún está lejos de resolverse.
Khadija llegó a Siria proveniente de Túnez junto a su marido en busca de vivir bajo la ley islámica. Sin embargo, al llegar a Raqa, la autoproclamada ‘capital’ del Estado Islámico (EI), encontró otra realidad. Una realidad llena de violencia, brutalidades y abandono total de las necesidades vitales de los residentes que chocaba con las normas del islam.
«Les aconsejo que no crean a aquellos que dicen que el EI es un Estado Islámico que predica el islam, la sharía y vive en conformidad a las enseñanzas del profeta Mahoma y el Corán», comentó la mujer en exclusiva a RT. «Decapitan a cualquiera que se manifieste en su contra y la gente no sabe cuándo va a suceder esto «, señaló.
Al cabo de los tres años que Khadija pasó en este «Estado de tiranía y Satán», consiguió escapar de Raqa con su marido. Se dirigieron al sur, a la ciudad siria de Al Mayadeen, y luego a Turquía.
Durante su vida bajo el control de los terroristas, la mujer presenció «muchas maldades en los lugares donde residen las mujeres». «Los niños sufrían de sarna, piojos. Cuando estaban enfermos, no recibían tratamiento en un hospital», recordó Khadija. Si las mujeres violaban el código de conducta de los yihadistas, las mujeres de guardia las encerraban en instalaciones de detención, donde se quedaban privadas de ayuda o asistencia básica, incluso si daban a luz.
«Como si fuera un perro»
Una mujer que estaba dando a luz en una de estas instalaciones murió por perder mucha sangre después de que la supervisora le negara la ayuda. «Aquella pobre mujer fue al jardín sangrando profusamente, se quedó ahí hasta la madrugada, cuando llovía y hacía frío», contó Khadija.
Cuando el marido llegó por la mañana y vio su cuerpo en el jardín, «pasó sin prestar atención alguna, como si nada hubiera pasado, como si [su esposa] fuera un perro». Otra mujer quedó incapacitada después de que le negaran asistencia médica cuando se le estaba pudriendo la pierna, recordó Khadija.
La vida de las mujeres casadas era distinta a la de las esclavas sexuales. Si el marido se moría, la mujer se casaba con otro, mientras que con las esclavas sexuales el hombre podía hacer lo que quisiera, hasta venderlas o regalarlas.
«La esposa y la otra mujer viven separadas. Él vive con ellas por turnos: un día con una mujer, otro día con otra», explicó Khadija, precisando que «muchos hombres quieren a las chicas yazidíes más que a sus esposas».
El precio de la vida humana
Nur al Khouda, una libanesa de 20 años, acabó en Siria siguiendo a su marido, quien la convenció de que «ahí no había nada malo» y se unió a un grupo salafita bajo influencia de la ideología del EI. La mujer confirmó a RT que la venta de esclavas es un negocio floreciente en la organización terrorista.
«Prestaban mucha atención al aspecto de las mujeres. Les compraban cosmética para venderlas por 15.000 dólares. Las vírgenes costaban 30.000 dólares», reveló la joven. Incluso, recordó que en una ocasión fue testigo de cuando los terroristas planeaban vender a una niña de 10 años por unos 10.000 dólares.
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