25/08/2024/
Cuando el dalái lama lo reconoció con tan solo 2 años, Osel fue entronizado en una ceremonia a la que asistieron miles de personas.
Hijo de Francisco Hita y María Torres, dos hippies españoles que habían dejado su casa en Ibiza para unirse al budismo, Osel nació en 1985.
Un año antes, en el Tíbet, había muerto el monje budista Lama Thubten Yeshe, cuya vida marcaría la de Osel de la manera más profunda.
Lama Yeshe era diferente a otros monjes. Se hizo famoso por difundir el budismo en el mundo occidental durante la década de 1970 mientras viajaba por el mundo estableciendo centros espirituales.
Su sentido del humor y su estilo de enseñanza poco convencional le hicieron ganar muchos seguidores.
En el budismo tibetano se cree que los grandes maestros pueden elegir dónde y a través de quién reencarnarán.
El principal discípulo de Lama Yeshe, Lama Zopa, había tenido visiones. Creía que su maestro estaba de camino de regreso a la Tierra para renacer como occidental.
Y señaló a Osel como su reencarnación en la Tierra.
Esta es su historia.
El Lama Yeshe y su principal discípulo, Lama Zopa, viajaron en los años 70 a Ibiza.
Allí mis padres los conocieron y se sintieron tan inspirados por Lama Yeshe que decidieron mudarse al sur de España y estudiar en un centro budista en las montañas de La Alpujarra.
Invitaron a Su Santidad el dalái lama a visitarlos y, cuando vino, se sintió muy inspirado por el lugar porque se parecía mucho al Tíbet.
Años más tarde nací yo.
Lama Zopa me vio cuando era un bebé y les dijo: su niño puede ser la encarnación de Lama Yeshe (quien había muerto).
Es así que cuando tenía 18 meses, me llevaron a India para hacer una de las pruebas principales.
Pusieron muchos objetos diferentes, algunos de Lama Yeshe, y yo elegía siempre el correcto.
Además, reconocí a personas que jamás había visto y lugares en los que nunca había estado.
Durante tres años estuve de gira, visitando todos los centros budistas que Lama Yeshe fundó alrededor del mundo.
Cuando cumplí seis años, me llevaron al monasterio de Sera Jey en Karnataka, en el sur de India, y allí fue donde mis estudios se volvieron mucho más oficiales e intensos.
Pero las personas que me cuidaban cambiaban constantemente, y a mis padres los veía muy poco. Realmente no tengo una conexión emocional con ellos. Me considero huérfano.
Me sentí abandonado y no aceptado por lo que era. Tenía que ser otra persona para ser aceptado. Eso fue un gran conflicto para mí.
El rol de Linkin Park
La presión era una locura. Fue muy difícil para mí cuando era niño.
A veces jugaba con otros niños, pero siempre era diferente, y no permitían que los niños me tocaran o que estuvieran en contacto cercano conmigo.
Intentan mantenerte lo más aislado posible porque tienen la creencia de que si la reencarnación tiene demasiado contacto con la gente, se ve influenciado.
Por la forma en que me criaron, tenía que ser célibe por el resto de mi vida, tenía que ser monje.
Tenía que sentarme en un trono, estaba completamente aislado, y cada día había unos 40 minutos en los que la gente que quería podía venir a verme.
Ese era el único contacto que tenía en el monasterio con el mundo exterior y en esa época venía gente que traía cosas de contrabando como música.
Tenía el CD de Linkin Park, un CD de Limp Bizkit, y alguien me trajo un disco de Estopa.
Los escuchaba en mi habitación o en el baño, y tenía que esconderlo todo porque si lo encontraban, lo confiscaban.
La primera vez que escuché a Linkin Park fue como “esto no es música, es solo ruido”.
Pero después empecé a entender de qué hablaban las canciones: quiero ser comprendido, quiero ser reconocido, quiero ser amado.
Me sentí identificado con esas letras y fue increíble porque era exactamente lo que me estaba pasando en ese momento.
La gente no quería saber realmente quién era yo, solo que desempeñara mi papel.
Y eran todos a mi alrededor, todos, incluidos mis padres.
Conocer la libertad
A medida que fui creciendo, comencé a meter en el monasterio más cosas a escondidas. Así que a mis 16 años ya tenía dos computadoras, un saco de boxeo, una guitarra… y me dio la sensación de ser parte del mundo exterior.
Con un amigo cercano, que es otra reencarnación, compartíamos el contrabando. No teníamos ninguna referencia de lo que era bailar, así que cuando vimos un vídeo de un concierto de Britney Spears, flipamos.
A esa edad, convencí a los monjes de que necesitaba tener una educación occidental.
Les dije: “Nací como occidental, debe haber una razón. Supongo que es porque Lama Yeshe quiere conectar a un nivel más profundo con los occidentales y comprender su psicología y estilo de vida”.
Negocié con ellos para ir dos meses al instituto en Ibiza a estudiar con chavales normales, y aceptaron que me fuera con mi familia.
Lo primero que me impactó fue la falta de respeto de los niños hacia los adultos. En la cultura tibetana, los padres y los maestros son sagrados. Los padres nos dan la vida; los maestros, sabiduría.
Las primeras tres semanas me hacían bullying todos los días, todo el tiempo, pero yo estaba muy feliz porque pensaba que se reían gracias a mí.
Yo era realmente inocente. No tenía idea de lo que era el bullying.
Después de dos semanas, comenzaron a quererme. Se dieron cuenta de que no estaba actuando.
La moto fue uno de mis primeros descubrimientos y me sentí libre. Podía ir solo a donde quisiera.
Cuando besé a una chica por primera vez, estaba en el paraíso. Quedé como flotando durante dos semanas. Estaba muy feliz.
El momento del clic
Al pasar ese tiempo con mi familia me di cuenta de que yo era bastante narcisista y muy egocéntrico debido a mi educación.
Mis hermanos me hablaban muy mal y no querían jugar conmigo. Me ignoraban. Pero luego, entre todos ellos tenían un vínculo emocional muy fuerte. Eso me afectó mucho.
Me di cuenta de que necesitaba salir de esa situación, encontrarme a mí mismo y saber cómo relacionarme con los demás, y cómo los demás podían relacionarse conmigo de una mejor manera.
Fue entonces cuando tomé la decisión: “No me voy a quedar en el monasterio para siempre. Una vez que cumpla los 18, nadie podrá detenerme. Seré independiente”.
Mi plan fue obtener permiso para ir a España para mi cumpleaños 18 y allí, ya con mayoría de edad y fuera de la comunidad budista, ser libre.
Lo hice, y durante un año recibí muchas cartas presionándome para que volviera. Era difícil porque quería que la gente fuera feliz, pero me di cuenta de que la felicidad de la gente no era mi responsabilidad.
Debía vivir mi propia vida, era mi derecho. Nadie más tenía que decidir.
Cambio de vida radical
Cuando salí del monasterio, pasé de un extremo al otro.
Me atraía mucho lo prohibido. Nunca había visto a una mujer desnuda.
Mi madre pensó que sería interesante llevarme a una playa nudista, lo que para mí fue muy traumático.
Me dejó allí durante media hora. Estaba en shock. No podía estar desnudo. Vengo de una cultura que es muy cerrada de mente. No sabía hacia dónde mirar, así que solo miraba al suelo. Estaba muy perturbado.
Esa noche me llevó a una discoteca. En Ibiza. Pagó la entrada y me dejó. Y había mucho ruido.
Me preguntaba qué estaba pasando y no podía moverme porque estaba abarrotado. Era 2003, la gente fumaba dentro. No podía respirar.
Entonces pensé: «Vale, voy a estar tranquilo, voy a beber un poco de alcohol». Bebí un sorbo y casi me muero. Fue un infierno.
Así que le dije a mi madre: «Por favor, no me lleves nunca más a una playa nudista ni a una discoteca».
Tuve que capacitarme para ser parte de la sociedad. Me costó mucho tiempo cambiar mi programación, la forma en que mi mente funcionaba, muy egocéntrica, para volverme humilde.
Pero luego, cada vez me volvía más rebelde porque me daba cuenta de que era supersano para mí.
Poco a poco empecé a salir más de fiesta, a involucrarme con los organizadores de fiestas de música electrónica, luego a organizar fiestas en Ibiza y me volví un poco gamberro. Un chico malo.
Seguía en contacto con la comunidad budista, pero traté de mantenerme alejado porque quería encontrar mi propio camino. Necesitaba encontrar mi propia personalidad, porque no tenía personalidad. No sabía quién era. No tenía identidad propia.
Eso me llevó unos 15 años de viajar, conocer gente y tener todas estas locas aventuras. Viví en la calle, conocí a todo tipo de personas, de todos los niveles sociales.
Fui padre a los 32 años, y para mí es muy importante ofrecerle a mi hijo algo diferente, algo mejor, una relación sana. Todo lo que nunca tuve cuando era un niño.
Por suerte, mi hijo es un niño muy feliz con una estabilidad emocional asombrosa.
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