31/08/2016/Estampas
Con un gesto que denota la grandeza propia de los más humildes comenzó mi historia con Juan Gabriel: Un día llamó a mi oficina y me contó que veía mi programa y que me había escuchado hablar bonito de él. Eso bastó para que yo viera con claridad las dimensiones de una verdadera estrella. Desde entonces, él siempre sabe de mí y yo siempre sé de él.
Así que cuando me invitaron a ser editora de uno de los números que celebran el aniversario de Estampas en seguida identifiqué el escenario perfecto para volver a ver a mi amado Juan Gabriel. Puse manos a la obra. Con mis cómplices de siempre ideé una estrategia para «precisar» al personaje, lo que, como bien pueden suponer, no fue nada fácil. Para empezar, no tiene teléfono; es decir, en todas sus casas los hay y también sus representantes tienen los suyos, pero él no anda, como nosotros, con un celular en la mano, y si yo quería lograr este acercamiento tenía que hacerlo directamente con él.
Tal vez me tomó más tiempo pensar en lo que iba a escribirle que lo que tardó él en contestar. Fue algo más o menos así: «¿Cuándo? ¿Dónde?». Entonces comenzaría, a través de Internet, el diálogo necesario para ponernos de acuerdo, hasta que un día recibí su respuesta: «Cuando guste… en Cancún». A los pocos días, llenos de ilusión, viajábamos a tierras mexicanas.
En Cancún
Lo que sucedió al llegar allí se los narro en estas líneas. Más que una entrevista, lo que acá escribo es el testimonio de varios momentos compartidos con él, en grata intimidad. Fueron tres días memorables en los cuales comprobé que las verdaderas estrellas se conocen al mostrarse humanos… y de eso nuestro amigo tiene de más. Imagínense a un Juan Gabriel que le invita a cenar y después le acompaña hasta la puerta de su habitación como los caballeros de antes, que le complace en comer mariscos aunque él sea alérgico y que se molesta si usted paga la cuenta, porque, a su juicio, una dama jamás debe hacerlo.
A solas
Nos hospedamos todos en un hotel maravilloso de la Riviera Maya: El Dorado Royale. Allí convivimos tres días, rodeados de enamorados y de «lunamieleros». En la primera cena planificamos las fotos. Le hago saber que las quería muy autóctonas para también rendirle un homenaje a México, pero que había sido difícil encontrar un traje típico del país. Él, por su parte, acordó ponerse una camisa blanca. Al día siguiente se presentó con una maleta de la que comenzó a sacar los trajes más bellos que he visto en mi vida -«Esta falda tan colorida es de Chiapas, totalmente bordada a mano, y hay que apreciarlo porque en este trabajo dejaron sus ojos las artesanas… este adorno para la cabeza lo usan mucho las chapalecas, es un estilo que hizo muy popular Frida Khalo…». Al elegido, finalmente, lo luzco con mucho orgullo para ustedes en estas fotos. Pero el crédito del vestuario es absolutamente de Juan Gabriel…
¿Cómo logran convivir el humano Alberto Aguilera (su verdadero nombre) y el divino Juan Gabriel?
«Gracias por lo de divino. No me siento divino ni rey… para mí divina es quien me llama divino o piensa que lo soy. La verdad es que Juan Gabriel me causa muchos problemas (risas), pero también tengo que admirarlo, quererlo y respetarlo, porque siempre me ha dado de comer y me ha dado muchas satisfacciones, así que lo cuido lo mejor que se puede, aunque a veces es muy tremendo, me mete en problemas, me demandan por su culpa (risas), pero yo lo amo y le estoy agradecido».
¿Cómo hace con tantas cosas que se dicen de usted?
«Pues, si es algo cierto, no puede uno hacer nada, y si no lo es, como dice el dicho: ‘Ni coraje da’, pero la llevo bien, en este momento no tengo nada de qué arrepentirme, porque, en realidad, soy muy feliz y siempre estoy en constante superación. Aunque tengo 40 años de carrera, siempre estoy haciendo cosas nuevas, es en eso que gasto mi energía». ¿Quién compone: Alberto o Juan Gabriel? «Alberto, aunque le doy chance a Juan Gabriel. Pero es que al final, Maite, quien paga el pato de todo soy yo, Alberto Aguilera: yo soy el que paga los impuestos, es a mi nombre que llegan las demandas, así que siempre peleo con Juan Gabriel y le digo: ‘Ay, no me metas en tantos problemas. No te creas tanto… (risas)».
¿Cuando compone mejor: cuando la vida le sonríe o cuando lo castiga?
«Cuando estoy triste hago canciones alegres y así contrarresto, y cuando estoy muy alegre es probable que haga canciones melancólicas e igual así contrarresto». Y si tuviera que componer una canción en este momento emotivo de su vida, ¿cómo la titularía? «¡Salud por la vida!». Usted es digno de récords Guinness: 100 millones de discos vendidos, sólo como cantante, otros 50 millones como compositor o arreglista, unos 10.000 conciertos, y contar todos los premios que ha ganado es una misión imposible…
¿Cómo logra mantener los pies en la tierra?
«Mis vanidades, Maite, no son cuantos discos he vendido o en cuantos shows me he presentado, mis vanidades son una caja de chocolate, que la gente me quiera, que cante mis canciones, que me desee suerte. Me he preocupado por estar bien, por hacer amigos, y me siento orgulloso de, por ejemplo, saber que si tengo algún problema en el camino de cualquier rancherío, pueblo o ciudad, sobre todo de Latinoamérica, con tocar la puerta soy bienvenido. Es por lo que me he preocupado: por invertir en cariño. Yo comencé diciendo la verdad: ‘No tengo dinero ni nada que dar, lo único que tengo es amor para dar…'». Pero alcanzando tan altos niveles de fama, ¿nunca se ha sentido superior? «Bueno, tal vez cuando era joven, porque cuando uno es joven es muy imprudente, está uno comenzando, pero con el tiempo, no. En realidad, lo que más aprecio es mi trabajo, mis amigos, mi salud, la fortuna que tengo de estar todavía vivo».
¿Le atemoriza el paso del tiempo?
«La vida se acaba, el tiempo pasa, las cosas cambian, la gente se muere y todos nos vamos, Maite& Todas las noches me muero y todos los días reencarno para seguir viviendo, soñando despierto, escribiendo, cantando, yendo y viniendo a todos lares, amando, trabajando… bueno, trabajando no, haciendo lo que me gusta y, aparte, me da hasta para comer (risas)».
Su vida ha estado rodeada de mujeres importantes: no sólo su madre o sus hermanas, por ejemplo, mujeres como María Félix… «Sí, hay mujeres muy importantes que he conocido a través de la música. La señora Félix, Dolores del Río, Katy Jurado… Pero también conocí a muchas mujeres que, aunque no son famosas, son importantes para mí. De Venezuela, por ejemplo, la señora Gleda, que fue como una madre para mí, aunque se fue, estará siempre conmigo. También la señora Carmen, que tiene la mejor zapatería de Sabana Grande: zapatería Orinoco». Y, por supuesto, la inolvidable Rocío Durcal.
¿Cómo se conocieron? ¿Extraña su presencia?
«Nos conocimos gracias a la música, en 1976, pero cuando usted quiere mucho a una persona, pareciera que se conocen de toda la vida. Ya no recuerdo cómo ni qué día, sé el año por las fechas de entrega de los discos, pero no recuedo como fue, pero así tenía que ser, para lograr ese legado tan bello que juntos hicimos. Ahí están las canciones de prueba, el ejemplo de lo mucho que la quiero y que sé ella me quiso. Ella canta cada día más bello, se fue para quedarse para siempre. Yo me encontraba trabajando en Boston cuando decidió ser una leyenda».
¿Cuál ha sido el momento más triste de su carrera musical y cuál el más feliz?
«El más triste fue cuando murió mi mamá. El más alegre es cuando canto, cuando mi público viene a verme actuar y lo veo feliz. Para mí es como si viniera a verme Dios, y cuando les canto, les canto como si Dios me escuchara…». Entre amigos Le mencionaré algunas palabras para ver qué piensa de ellas: amor, ¿como ve usted el amor? «Amar es lo mas importante, aunque no lo amen a uno, porque cuando uno ama a alguien ese alguien es un bello pretexto para amarse totalmente uno mismo».
¿Y esa entrega absoluta es saber amar o amar de más?
«Nunca se ama de más. Creo que hay que amar, porque amar es lo más bello».
Voy con la segunda: infidelidad…
«La infidelidad se relaciona con encuentros sexuales con otras personas, por eso uno nunca debe jurar fidelidad, y si la jura, llévela a cabo… Si le juran fidelidad sin que usted pregunte, créalo y no trate de investigar, porque quien busca, encuentra. Las crisis sexuales también son una razón para ser infiel. Cuando dos se llevan bien en la cama, se llevan bien en todo y, entonces, es más probable la fidelidad. En mi opinión nadie es de nadie y todos somos de todos. Yo creo que cada quien es como es y así se le tiene que querer. Ni Dios ha podido conseguir que toda su gente sea como él manda. Creo que en lo que somos iguales es en que todos somos diferentes».
¿Qué es peor el desamor o la infidelidad?
«Cuando la pasión se acaba todo se vuelve cero, una vez más nos encontramos con la soledad, la mejor compañera. ¿Sabes algo? Dicen que cuando ya no podemos dar malos ejemplos… damos buenos consejos. Hay personas que nos hacen olvidar a otras que pagan mal. Debe confiarse en que la siguiente aventura, pasión, pareja… será lo mejor, sobre todo si aprendimos de la experiencia anterior y sus porqués. Se pasa por días y noches tristes, y la mente puede vencernos, porque la mente hace ver lo que no es, decir cosas que uno no siente y hacer cosas que uno no debe, por eso hay que consultar al corazón. El corazón es el mejor amigo, tan es así que es el último que nos abandona a la hora de la hora».
¿Usted cree que los hombres son fieles?
«Síííí… pero, sobre todo, no ande usted investigando». Y de la envidia, qué puede decirme… «La envidia es la más grande manifestación de admiración. Cuando usted envidia mucho a alguien, en realidad le admira, pero no quiere reconocerlo. Yo creo que el que lo envidien a uno es muy bonito, pero que uno envidie no está nada bien porque es un sentimiento que te atrasa en el camino de la superación».
Su sonrisa abre fronteras, corazones, ¿es feliz o le falta algo para estar pleno de dicha?
«Yo estoy perdido en la música, y por eso soy un hombre irremediablemente feliz. Lo digo porque, para mí, estar alegre por lo menos ocho horas al día, es ser feliz. Siempre tengo cosas que hacer para estar contento, amo, amo mucho, amo lo que hago, estoy conmigo y cuando me pierdo… me encuentro rápido. Por fuera soy alegre y por dentro ¡soy feliz! Creo que cuando no he sido feliz ha sido cuando he amado más de lo que yo me amo. He sido menos feliz cuando me engañan o engaño…».
¿Siempre está presente, aun hoy por hoy, ese niño que está dentro de Juan Gabriel?
«Síííí, cuando soy travieso, y lo más bonito es nunca guardar ese niño que lleva uno dentro, porque, si no, empiezan los verdaderos sufrimientos… Yo pienso que las mujeres nacen mamás y los hombres morimos niños (risas)».
¿Cómo aprendió a componer canciones? ¿Tuvo un maestro o aprendió solo?
«En el internado, cuando tenía siete años de edad, organizaron un festival para el Día de la madre. A los niños nos dijeron que los que cantaran, bailaran o recitaran mejor, de premio nos llevarían a la ciudad. Y como yo nunca salía, desde los tres años de edad, porque mi mamá, por su trabajo como sirvienta, pocas veces venía por mí, pues me esmeré en cantar. Yo no sabía que podía hacerlo, pero como era el Día de la madre, canté con todo mi amor y con todas mis ganas, y aunque mi mamá no fue, me saqué el primer lugar. Después hubo concursos para ver quién componía canciones. A los trece años ya había compuesto La muerte del palomo. Hasta llamé la atención de mi mamá, que venía a verme, me llevaba los sábados y domingos con ella y me regresaba el lunes por la mañana… Así fue hasta que cumplí 14. Tenía tal antiguedad ahí, que me tenían la confianza como para tirar la basura. Cada día la tiraba más lejos, pensando en escapar. Un día me fui y no volví más, pero eso sí, la basura la tiré… Me buscaron y jamás me encontraron, creo que si no me voy ese día, aún estuviera ahí».
Un niño que creció sin afecto, ¿cómo se hizo un hombre tan bueno?
«Yo no me considero un hombre tan bueno, creo que soy una persona que sigue aprendiendo, que es mejor ser sincero, que es mejor no tener nada de qué arrepentirse, que es mejor servir, que es mejor trabajar, no necesariamente por dinero… Pero no creo que eso me haga un hombre bueno, porque ya ve que la gente buena, pues, muchas veces termina en la cruz». Su voz y sus composiciones nos acarician el alma, nos mueven sensaciones, nos sensibilizan. A mí me doblan las rodillas…
¿A quién agradece este don de la música?
«¿Don? A la música misma. La música es el alimento del amor, es la cultura que más pronto llega al pueblo, es la salud para quien la escribe, la canta, la baila, la ejecuta, la escucha. Dicen que la música es para el alma lo que la gimnasia es para el cuerpo: libertad. Mi vida ha sido dedicada a la música, y siento que ella, como si fuera mi madre, se dedicó a mí. Quien ama la música jamás estará solo. Vivir sin música no es vivir».
Usted es un hombre de difícil acceso, ¿que vio en mí para ser cómplice de este proyecto?
«En el pedir está el dar , y usted siempre me ha caído muy bien, y aunque no nos hemos visto todas las tardes ni todos los días, y aunque no vivimos en el mismo país, gracias a la tecnología sé lo que usted está haciendo, y basta con que me caiga bien para que yo diga que sí y para estar a sus órdenes siempre. Porque también, cuando la he necesitado, usted ha estado allí. Eso se llama agradecimiento».
Me impresiona las veces que dice «gracias»…
«Bueno, no encontré una palabra mejor (risas)».
La última noche me permitió conocer su hogar y su entorno más íntimo. Me presentó a uno de sus hijos (tiene cuatro) y a la novia de éste, también a un simpático personaje que le ayuda en su casa, Juanjo, quien cenó con nosotros y a quien, por cierto, le debo una camisa que le manché en la cena… Esa noche, al volante de su auto, me llevó al hotel. Me acompañó hasta la puerta de la habitación y nos despedimos con besos de manos y la promesa de que este romance continuará: «Claro que sí, Maite, y ojalá que pueda ir a Caracas. Yo estaría feliz de volver, la primera vez que me monté en un avión fue para ir a Venezuela…». Le prometo que de eso me encargo yo… pero tengo una última inquietud… Por ahí leí que le tiene miedo a los aviones… «Antes… hasta que me compré uno…». Y se ríe.
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