29/03/2017/BBC Mundo
Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos sin un solo día de experiencia en el gobierno.
En cambio, ofreció a los votantes lo que él describe como su valiosa pericia empresarial. Ha dicho hasta la saciedad que conducirá el Estado como quien maneja una gran compañía.
Hace unos días nombró a su yerno, Jared Kushner, al frente de la Oficina de Innovación Estadounidense de la Casa Blanca, con el encargo de reformar la administración pública inyectándole valores del sector empresarial privado.
Para muchos de sus seguidores, Trump está empezando así a cumplir la promesa de cambiar la política tradicional estadounidense, inculcándole el pragmatismo del hombre de negocios.
Pero otros cuestionan si los valores que mueven la conducta de un empresario son los apropiados para un dirigente público.
Rendición de cuentas
Algunos empezarán examinando la manera en que se mide el éxito de un empresario y comparándolo con la manera en que un funcionario público es evaluado.
Trump puede alardear de sus éxitos en su carrera de empresario. Pese a haber declarado en quiebra repetidas veces varias de sus firmas, es innegable que el presidente ha acumulado una enorme fortuna personal, que él mismo estima en varios miles de millones de dólares.
Obviamente, un funcionario público no puede presentar el enriquecimiento personal como la vara principal con la que se mide su éxito.
Pero podría presentar los resultados financieros de la entidad a su cargo, en este caso, el gobierno de Estados Unidos, como una prueba de su capacidad como administrador.
Al fin y al cabo, un ejecutivo del sector privado frecuentemente va a responder a los accionistas de la empresa o a su junta directiva, por los resultados financieros de la empresa.
Resultados
Trump ha dicho que sus dotes personales de negociador ya han conseguido hacer que algunas empresas privadas rebajen lo que le cobran al gobierno por venderle productos como equipo militar.
Según el mandatario, ello llevará a un alivio importante para las finanzas públicas.
Pero otros ven estas intervenciones personales del presidente, fuera de los conductos regulares de la administración pública, como un camino poco transparente que puede llevar al tráfico de influencias y a otras consecuencias negativas, sin tener un efecto realmente grande en las finanzas públicas.
Es tal vez aquí, en el procedimiento que puede emplear un ejecutivo privado, frente al que debe seguir un funcionario público, en donde se encuentran muchas de las dudas de los que no están seguros que la Casa Blanca debe ser manejada como un imperio corporativo.
Equilibrio de poder
En las empresas privadas generalmente existen varios mecanismos de rendición de cuentas. Por ejemplo, el gerente responde a una junta directiva o consejo de administración.
Pero esas rendiciones de cuentas suelen ser mucho menos exhaustivas que las aplicables a un funcionario público.
Debido a que el poder del gobierno es potencialmente enorme e incluye eventualmente el uso de la fuerza contra los ciudadanos, la tradición en la mayoría de los sistemas legales del mundo es poner grandes limitaciones y cortapisas al ejercicio de ese poder por parte de funcionarios públicos.
Hay reglas detalladas sobre lo que puede y no puede hacer un representante gubernamental. Y hay enormes estructuras de regulación cuyo trabajo es, hasta cierto punto, interponerse a la voluntad del gobernante, para asegurar que éste no vaya a abusar del poder ilimitado que de otra manera tendría.
Se trata de una situación que ha quedado en evidencia en los primeros días del gobierno de Donald Trump, en donde parece evidente la frustración del mandatario ante las repetidas ocasiones en que imparte ordenes que espera sean cumplidas de inmediato, pero que son frenadas por vetos de los tribunales, del Congreso, o de sus propios subalternos en la rama ejecutiva.
Un ejecutivo de una empresa busca frecuentemente eficiencia en el cumplimiento de sus órdenes, mientras que el presidente de Estados Unidos tiene que lograr consenso entre muchos intereses y muchas entidades públicas.
Además de la diferencia de procedimiento, hay otras diferencias fundamentales entre el mundo de los negocios y la administración pública.
Entre las tareas cruciales del gobierno está suministrar bienes o servicios de interés público.
Son actividades que no necesariamente generan lucro, pero mejoran el bienestar general, como señala el profesor de Administración Pública Phillip Joyce, en una publicación de la Escuela de Negocios Wharton de la Universidad de Pensilvania.
«El gobierno, como proveedor de última instancia tiene que hacer muchas cosas que las firmas privadas no podrían o no querrían hacer», indica.
Por ejemplo, el gobierno busca establecer reglas ambientales que contribuyan a que todos los ciudadanos puedan respirar aire más puro. O mantener ejércitos que garanticen la seguridad a todos los habitantes, hayan pagado impuestos o no.
Una empresa privada difícilmente se embarcaría en esas actividades en tales condiciones.
Un ejército que solo ofrece protección a quién le paga deja de ser un ejército y se convierte en una fuerza de mercenarios. Y si el gobierno intentara cobrar a cada ciudadano individualmente por ofrecerle el derecho a respirar aire puro, probablemente fracasaría en el mundo empresarial.
Cambio de estilo
No obstante, muchos aseguran que hay muchos aspectos de los que el gobierno sí puede aprenderdel sector privado, en especial de uno tan ambicioso en sus planes de innovación como el estadounidense.
Varios empresarios han dicho que sienten que bajo el gobierno de Trump, se produjo un cambio de estilo notorio y positivo en este aspecto, comparado con el de su antecesor Barack Obama.
«En vez de entrar a un vacío, estoy recibiendo correos electrónicos del equipo del presidente, si no todos los días, por lo menos un día sí, otro no, contándonos qué están haciendo y programando más reuniones», aseguraba Andrew Liveris, presidente de la firma de industria química Dow, en declaraciones al diario estadounidense The Washington Post.
«Nos preguntan nuestra opinión», señaló el ejecutivo.
Como tantas cosas con el actual presidente, esta iniciativa fascina a sus seguidores y repele a sus críticos.
Falta ver cuál será el veredicto final de los «accionistas» de su actual «empresa», los votantes estadounidenses.
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