13/05/2017/Infobae
Qin Shi Huang, el primer emperador de la China unificada, murió a los 39 años, en el siglo III a. C. La parca no lo tomó por sorpresa. Ya estaba casi terminado su mausoleo, uno de los más impresionantes en la historia de la humanidad.
Son 8.000 guerreros de terracota esculpidos en tamaño real, enterrados en trincheras forradas de ladrillo. Su función es custodiar la tumba del emperador, que está debajo de ellos.
Estaban pintados en rojo brillante, azul, rosa y oro, pero perdieron el color por el tiempo transcurrido, que también les quitó las armas que portaban. Pero el mausoleo es espectacular: tiene el tamaño de una gran ciudad antigua, y en el centro hay una pirámide que llegó a medir unos 100 metros.
Fue descubierto en marzo de 1974 por un grupo de agricultores. Yang Zhifa, sus cinco hermanos y su vecino Wang Puzhi, estaban cavando un pozo en en las afueras de Xi’an, capital de la provincia de Shaanxi, cuando se toparon con la cabeza de un guerrero. El impacto de la revelación fue mayúsculo para China y para el resto del mundo.
No obstante, a pesar de los 43 años que transcurrieron, jamás se abrió la tumba de Qin Shi Huang. Nadie se atrevió. La principal razón que argumentan los arqueólogos es que la exposición al aire la dañaría seriamente.
Hay una segunda razón. Toda la zona está atravesada por ríos de mercurio, lo que haría muy peligroso ingresar a la cámara. De hecho, se sospecha que el propio emperador murió envenenado con mercurio.
Y además hay un mito que algunas personas hacen circular por lo bajo. No son pocos los que piensan que los agricultores que descubrieron el mausoleo quedaron malditos. A juzgar por su trágica historia no suena descabellado.
Primero les quitaron las tierras para explotarlas turísticamente, sin darles nada a cambio. Wang Puzhi se suicidó pobre y enfermo en 1997, y Yang Wenhai y Yang Yanxin murieron tres años después, sin poder costear sus tratamientos médicos de tan desamparados que estaban.
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