27/02/2017/LA NACION
Mariana Bello, de 44 años, supo que su vida en Venezuela se había terminado en diciembre pasado, durante el colapso monetario y el estallido de ira social que acompañó la retirada del billete de 100 bolívares (no concretada todavía, tras varias marchas atrás del gobierno). «Fue una burla al pueblo», dijo.
Más de dos millones de venezolanos emigraron de su país desde la llegada de Hugo Chávez al poder, en 1999. ¿Por qué? Hoy, cuando la revolución bolivariana celebra su mayoría de edad, sufre los peores males: la mayor inflación del planeta, el desabastecimiento de alimentos, la violencia galopante, la escasez de medicamentos y la ausencia de horizontes políticos.
Empujados por la desesperanza, en los últimos meses, miles de venezolanos emprendieron por ruta la travesía hacia el sur del continente, porque los pasajes aéreos están demasiado caros. Los destinos favoritos son Colombia, Ecuador, Perú, Chile y la Argentina. Hasta Buenos Aires, por ejemplo, el trayecto cuesta más de 30 salarios mínimos (unos 300 dólares).
Estéfano Bartolomeo (21), el hijo de Bello, también estaba convencido de irse del país luego de 12 meses de decepción política. Estudiante de Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y militante opositor, depositó todas sus esperanzas de cambio en la Asamblea Nacional, que sobrevive hoy a duras penas, prisionera del gobierno del presidente Nicolás Maduro.
«Mi amor, te saco de este país. No he tenido un chamo [chico] para que me lo maten», repite Bello sus propias palabras, sin dejar de mirar a Estéfano. Ambos se confabularon: comenzaba la gran huida.
La tendencia de los últimos años se transformó en una fuga vertiginosa en los últimos meses. Una estampida que hoy, sobre todo, mira al Sur. La consultora Datanálisis confirma algo que el venezolano siente a su alrededor y en sí mismo: nueve de cada diez ciudadanos prefieren irse del país. Para el 93% de los encuestados, sus ingresos sólo alcanzan para adquirir, como mucho, la mitad de los productos que necesita para vivir. El 48% confiesa que puede comprar «muy pocas cosas».
«Me voy demasiado.» El lema lo acuñaron en 2015 unos estudiantes que también soñaban con fugarse del país. Según otro estudio de varias universidades, entre el 67% y el 82% ya se querían ir hace dos años. Hoy son muchos más. Los sociólogos denominan a esta última «la ola de la desesperanza».
El fenómeno se desparramó por todo el mapa del continente y por otras zonas del mundo, como España. En Colombia, los investigadores se atreven a elevar el número de emigrantes hasta 800.000, lo que provocó tensiones en algunas zonas del Atlántico, además de las maltratadas fronteras con Cúcuta y Maicao. En Panamá, uno de los primeros destinos de la huida, el año pasado se convocó una manifestación contra los venezolanos, que fracasó estrepitosamente. En Brasil, los jóvenes cruzan a pie. A la isla holandesa de Curaçao viajan incluso en balsa, copiando a los cubanos. En los Estados Unidos, se convirtieron en el grupo más grande en demanda de asilo.
«En los últimos tiempos vivimos presos en nuestras propias casas. Viajar a Quito se convirtió en algo más que una oportunidad. Sobrevivimos por mis ahorros, que ya mermaron. Yo voy con todo, para trabajar en una panadería o cuidando viejitos, me siento joven», resume la caraqueña Bello, técnica de comercio desocupada por culpa de la crisis.
Ecuador es su destino ideal: allí pueden tramitar la nacionalidad (la abuela nació en el país andino) y ya otros familiares pusieron los primeros cimientos. Su travesía hacia el Sur es muy parecida a la que emprendieron miles de venezolanos por ruta, «porque los pasajes aéreos están demasiado caros», dijo.
Jackson Altuve (20) se lanzó a la aventura hace casi dos meses con los 300 dólares reunidos por toda la familia. Hoy está en Barranquilla, vendiendo botellas de agua en la calle a los turistas sedientos que llenan sus calles carnavalescas. Acaba de entregar su currículum en el hotel Rivera del Mar. «Nos llegan todos los días entre siete y ocho venezolanos a pedir trabajo», dicen allí.
Dificultades
«Vine buscando una vida mejor», confiesa Altuve, abriendo los ojos, sin resignación, con esperanza, pese a la dificultad para conseguir trabajo en un país como Colombia, legalista a pesar de la economía sumergida. «Mi familia me dice que cambie mi acento. Y yo contesto, ¿y eso cómo se hace», parodia entre sonrisas.
Altuve, de casi 1,90 de altura, estudiaba para controlador aéreo en Venezuela. «Hasta que la revolución me echó de mi propio país, empeñada en matarnos de hambre, sin oportunidades», sentencia. «Pero voy a luchar hasta lo último. El sol es tan caliente aquí, más de 40°C, que te parte por la mitad», dice. En pocas semanas vendió puerta a puerta, en las calles, y toma cualquier trabajo esporádico.
Miles de paisanos se reparten por las calles de Barranquilla. Unos que lavan autos, otros que buscan oportunidades, entre la solidaridad de algunos y las críticas de esa parte de la sociedad que se siente invadida, tan olvidadiza de la historia: Venezuela recibió a millones de colombianos durante su conflicto de casi 60 años.
En los últimos años, los venezolanos hicieron crecer las cifras de los boletines que emiten los servicios de emigración de varios países, como en la Argentina. En el primer semestre de 2015 realizaron 2772 radicaciones, una variación de 61,2% con respecto a 2014. Según la Dirección Nacional de Migraciones, desde 2004 a 2015 se aprobaron 17.765 radicaciones.
Los venezolanos son en Chile una de las comunidades migrantes de mayor magnitud. Y Perú también abrió sus puertas a los venezolanos. Así lo sienten Dayana Sojo, Silvia Pérez y Jennifer Rondón, que contaron sus peripecias hasta llegar a Lima en YouTube, en un canal bautizado como «El diario de las tres venezolanas». Estudiantes de comunicación, no quisieron esperar a su graduación y se lanzaron a la aventura. Hicieron la larga travesía de cinco días en ómnibus con 200 dólares en el bolsillo. «Ya en Lima, al tercer día tuvimos la suerte de encontrar trabajo en un restaurante», dice Pérez.
Miles de historias para narrar la gran diáspora, la huida de un país en pleno derrumbe. Muchos sufrimientos y alguna buena noticia: Mariana y Estéfano ya están en Quito.
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