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Trump arremete contra Alemania y le acusa de dañar la economía de EEUU

30/05/2017/EL PAÍS

La primera ley de Trump es: golpea siempre que puedas. Y la segunda: hazlo por Twitter. En 140 caracteres, el presidente de Estados Unidos ha dado hoy la razón al histórico veredicto de la canciller alemana, Angela Merkel. Washington ha dejado de ser un aliado y Europa debe empezar a tomar las riendas de su futuro. Una reflexión de profundidad mineral que en Trump suscitó este tuit: “Tenemos un déficit comercial MASIVO con Alemania, además ellos pagan MUCHO MENOS de lo que deberían a la OTAN. Muy mal para USA. Esto va a cambiar”.

La respuesta muestra al desnudo la ideología de la Administración estadounidense. Ya no hay intereses comunes por encima de los nacionales. Una clave que afecta a todo el árbol de relaciones multilaterales. El acuerdo sobre cambio climático está en duda, la estrategia de defensa mutua de Occidente dependerá del gasto que cada uno haga y las alianzas se supeditan al beneficio propio, un elemento que en la visión de Trump no se puede disociar del apoyo a las áreas deprimidas por la globalización que le votaron frente a la demócrata Hillary Clinton.

En este horizonte, el patriotismo económico propugnado por el presidente y su estratega jefe, Steve Bannon, tiene en Alemania su blanco perfecto. La nación que resurgió de las cenizas de la mano del Plan Marshall ve ahora cómo su prosperidad desata los peores humores de su hermano trasatlántico.

Alemania es el país con mayor superávit comercial del planeta (253.000 millones de euros el año pasado). La cifra saca de quicio a Trump y a su consejero comercial, el sulfúrico y extremista Peter Navarro. Para ellos representa, más que un triunfo de un aliado, un fracaso propio. EE UU sufre un déficit en su balanza de 470.000 millones (50.000 millones con Alemania). En su ardor proteccionista, Navarro ha llegado a acusar a Berlín de forzar un euro débil para favorecer sus exportaciones y ha amenazado con imponer muros fiscales a los productos alemanes.

Ante este pulso, Merkel ha mostrado los dientes y su Gobierno llegó a sugerir que estaba dispuesto a emprender una guerra comercial. La sangre no ha llegado al río, pero el desencanto tampoco ha dejado de crecer. La visita de la canciller a Washington en marzo ya dio un anticipo de esta glaciación. Merkel aterrizó con la idea de que era “mejor hablar uno con otro, que uno de otro”. Bajo esta argumento, recordó la larga amistad germano-estadounidense y los intereses compartidos. De nada sirvió. El viaje se saldó sin avances y en la retina del mundo sólo quedó una imagen: Trump evitando (o eso pareció) dar la mano a la canciller.

La primera gira al exterior del presidente de Estados Unidos no ha estabilizado la relación. Por el contrario, Trump ha salido al extranjero para demostrar que donde mejor se encuentra es en casa, ejerciendo de gran patriota económico. Las cumbres de la OTAN en Bruselas y del G-7 en Taormina (Italia) han materializado este despegue. Como buena doctora en Física, Merkel ha dado con la ecuación que resume el cambio: “Los tiempos en que los que podíamos depender completamente de otros, han terminado. Los europeos tenemos que pelear por nuestro propio destino”.

 Trump ha validado esta conclusión. En su esquematismo, en su estocada de 140 caracteres, tira por la borda 70 años de amistad. Alemania ya no es un aliado fiel sino un deudor que se aprovecha de las debilidades americanas. Y él, el presidente encargado de evitarlo y devolver lo perdido a Estados Unidos. Nadie sabe aún cómo. Pero pocos dudan de que será como le gusta a Trump: golpeando siempre que pueda.
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