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La Narcocultura como Herramienta de los Cárteles Mexicanos para Disfrazar su Verdadero Rostro

05/03/2025/Víctor Gómez, El Crepuscular/la opinión

Pese a las innumerables canciones, series y películas que enaltecen a los narcotraficantes, la realidad es mucho más cruel de lo que se muestra. La narcocultura, fenómeno social presente en diferentes países de América Latina, especialmente en Colombia y México, ha jugado un papel fundamental en la reproducción y normalización de la violencia.

La narcocultura no es una manifestación trivial, sino una dimensión del tráfico de drogas a nivel cultural, correlacionada con otros elementos sociales y económicos que se han infiltrado en muchos sectores de la sociedad. Esta cultura ha derivado en la adhesión, tanto voluntaria como involuntaria, de muchos jóvenes a las filas del crimen organizado.

Desde la década de los setenta, la narcocultura ha generado aspiraciones y deseos en México, seduciendo a personas con representaciones imaginarias sobre el tráfico de drogas. Este fenómeno ha llevado a muchos a involucrarse en actividades del narcotráfico, exaltando la violencia y el poder económico de los grupos y hombres vinculados al tráfico de drogas.

En la década de los ochenta, los valores subculturales comenzaron a conquistar a los jóvenes de Sinaloa, quienes imitaban a los capos de la mafia portando armas, exhibiendo oro y joyas, y presumiendo la valentía, según América Tonantzin Becerra Romero, de la Universidad Autónoma de Nayarit, en su documento «Investigación documental sobre la narcocultura como objeto de estudio en México».

El incremento y diversificación de la producción de películas, música, series de televisión y documentales relacionados con el consumo y tráfico de drogas, además de la difusión en medios, ha permeado en la sociedad. Las expresiones de la narcocultura ya no son exclusivas de los grupos juveniles, sino que se han extendido por todo el país y más allá de sus fronteras.

Las series de televisión centradas en el tráfico de drogas han tenido éxito en países como México y Colombia, debido a que presentan una realidad conocida por ambas sociedades: los modos de ascenso social y la exclusión e inequidad social. En la práctica religiosa popular, la narcocultura también ha dejado su huella, con imágenes como Jesús Malverde y la Santa Muerte, transgresoras del orden social al igual que los propios traficantes.

La arquitectura del narco incluye construcciones como ranchos, fincas espectaculares, mansiones con extensos jardines exóticos, piscinas techadas y capillas privadas, que sirven como fortalezas o casas de seguridad. La arquitectura funeraria, con tumbas, capillas y mausoleos, tiene el propósito de «dejar claro que no murió cualquier persona, sino alguien de significativa jerarquía en la estructura de alguna de las organizaciones delictivas».

Sin embargo, la narcocultura no es más que un espejismo. En realidad, las figuras del crimen organizado son personas sanguinarias cuya crueldad ha llenado de sangre y muerte cada territorio donde se asientan. Al final, terminan tras las rejas, muertos o desaparecidos, sin que nadie vuelva a saber de ellos.

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