29/06/2025/Victor Gómez, El Crepuscular/La Opinión/Diario Las Américas/Hobby Consolas
El juicio federal contra Sean “Diddy” Combs, uno de los rostros más influyentes del entretenimiento afroamericano de las últimas tres décadas, ha entrado en su etapa final. El productor y empresario enfrenta cargos por tráfico sexual, crimen organizado, prostitución y distribución de drogas, en un caso que ha sacudido a la industria musical y reavivado el debate sobre impunidad en las altas esferas del poder cultural.
Durante los alegatos finales, la fiscal federal Maurene Comey no escatimó en contundencia: “Durante 20 años, el acusado se salió con la suya. Eso termina en este tribunal”. La acusación sostiene que Combs dirigía una red que facilitaba drogas, violencia y explotación sexual bajo una fachada empresarial.
La defensa, liderada por el abogado penalista Marc Agnifilo, ofreció un relato alternativo: presentó a Combs como un símbolo de superación y diversidad, víctima de un proceso que —según ellos— responde más al “efecto mediático que a la evidencia sustantiva”.
El juicio ha dominado titulares internacionales, enfrentando a dos narrativas opuestas: la de la rendición de cuentas para figuras públicas acusadas de abuso sistemático, y la de una supuesta cacería de brujas en el mundo del espectáculo. Figuras del movimiento #MeToo han respaldado a las denunciantes, mientras que algunos sectores de la industria señalan que el juicio podría sentar precedentes peligrosos si no se demuestran los delitos más graves.
De los cargos inicialmente presentados, algunos —como el de secuestro e incendio premeditado— fueron desestimados por razones estratégicas. Sin embargo, los delitos más graves permanecen vigentes y podrían implicar cadena perpetua.
El jurado comenzará la deliberación en las próximas horas. La sentencia, sea cual sea, tendrá un impacto duradero sobre la percepción pública del poder, la responsabilidad y la justicia en el ámbito cultural global.
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