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Damasco, donde Caín mató a Abel

12/03/2017/EFE / LR

En la desnuda ladera del monte Qasiun, en el norte de Damasco, una diminuta cúpula verde marca el emplazamiento en el que, según la tradición y la leyenda, se cometió el primer crimen de la Humanidad, el lugar donde Caín mató a su hermano Abel.

Un reducido templo de dos plantas, al que se llega después de un escarpado trayecto que se extiende más allá de las empinadas calles del popular barrio de Ruken al Din, alberga este trágico escenario, conocido popularmente como «la gruta de la sangre».

Ha sobrevivido al paso de la historia y al de los seis devastadores años de guerra que devoran el país y que han acabado con miles de vidas y de monumentos históricos en Damasco, Alepo, Homs, Hama, Deraa, Palmira y otros cientos de poblaciones desperdigadas por toda Siria.

Tras acceder a un exiguo patio, unas escaleras conducen a la primera planta, donde se encuentra una estrecha y alargada sala de oración, cuya alquibla, el muro que marca la dirección de La Meca, está horadada por cuarenta pequeños mihrabs, nichos que identifican la dirección del lugar más sagrado del islam.

Estos huecos se abrieron para que pudieran rezar en ella cuarenta santones, que dan nombre a la mezquita, conocida como «Al Arbain» (Los Cuarenta).

En la planta baja de esta solitaria construcción, con aspecto de pequeña y destartalada fortaleza, y después de atravesar una pequeña antesala donde el visitante debe descalzarse, se encuentra el angosto y oscuro escenario del fratricidio.

Cuentan, quienes la guardan, que cuando Caín acabó en ese mismo lugar con la vida de su hermano, la montaña gritó y en sus rocas quedó cincelada su boca, congelada en el tiempo, y su lengua, su garganta y sus mandíbulas, que parece que aún siguieran emitiendo un ensordecedor y silencioso aullido por un crimen tantas veces repetido.

Según la leyenda, tras el estruendoso lamento que lanzó la montaña por el asesinato del segundo hijo de Eva y Adán, el preferido por Dios, el monte Qasiun abrió sus carnes rocosas para intentar devorar a Caín aplastándolo con las toneladas de roca de su furia.

Pero Dios, según relatan, no tenía entre sus planes permitirlo y, en el último momento, envió al arcángel Gabriel, quien con su mano impidió que la montaña se cerrara sobre el hermano sobreviviente.

No importa la incredulidad o la fe de quien escucha la historia, el narrador muestra con su dedo la marca que supuestamente dejó la mano de la criatura alada, y que impidió la venganza de la tierra contra el fuego de la envidia. Caín odiaba a Abel.

En el mismo lugar, que el Departamento de Antigüedades sirio no tiene registrado entre sus bienes protegidos, también dicen que se puede leer -en caracteres árabes- la palabra Allah (Dios, en árabe), que, según la Biblia, maldijo y condenó a vivir errante y extranjero a Caín, quien, según el Corán, tras haber acabado con la vida de su hermano, se arrepintió de su crimen.

Desde su ubicación se tiene una visión privilegiada de Damasco, capital de un país dividido por una guerra fratricida que esta semana cumple seis años.

Alzando la vista, desde cualquier azotea de la capital, el templo recuerda el crimen.

A sus espaldas, a medio centenar de kilómetros en dirección norte, en la disputada localidad de Al Zabadani, descansan, también según la leyenda, los restos mortales de Abel en una alargada tumba, que pareciera ubicar el cadáver de un gigante.

La leyenda cuenta, que el día del juicio final, el Qasiun volverá a hablar y contará todo lo que ha visto, para confirmar que fue testigo, en ese mismo lugar, del fratricidio bíblico cometido en la capital de Siria, por donde todavía cruza errante la sombra de Caín.

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